sábado, 27 de noviembre de 2010

CAPÍTULO VII: Caballito blanco llevame de aquí.


Una vez que Rubí logró hacerse camino a través del espeso jardín en compañía del estupendo corcel negro, finalmente pudo hallar la puerta de entrada a la vetusta casona. Allí permaneció de pie y en silencio por un buen rato sin saber exactamente que hacer, miraba en todas direcciones sin dejar de pensar en la posibilidad de dejar al animal tirado a su suerte, para luego simplemente echarse a correr “hacia el infinito y más allá…”, después de todo, nadie parecía haberse dado cuenta de su “extravío” o lo que le haya ocurrido al dichoso caballo.

 La estrategia no era muy digna de un caballero, pero fue la única que pudo planificar mientras cruzaba el jardín, además si no fuera por el asunto de la dignidad, el plan sería perfecto por donde se le viera, pues evitaba tener que dar explicaciones y disculpas que a él no le correspondían, pues todo lo ocurrido era mérito del “medio hombre” el mismo que se robó al caballo y que ahora debía estar placidamente dormido junto a un montón de conejos desollados, ahora que Rubí lo pensaba ¿Cómo diablos hizo el hombre para subir sin sus piernas a semejante animal? Como hubiese ocurrido, Rubí se encontraba demasiado agotado como para detenerse a pensar en ello y no sentía ningún ánimo de socializar con nadie más por lo menos durante varios periodos glaciares.  

Era evidente que el muchacho no estaba siendo del todo sincero, en vano trataba sacar de su mente, el temor que le causaba el posible encuentro con la misteriosa chica de la playa, pues bien sabía que de encontrarse con ella quedaría sin argumentos para defender su posición, aunque insólitamente él no hubiese tenido nada que ver con el asunto.

Pero para cuando decidió darse la media vuelta ya era demasiado tarde, frente a él, un pálido rostro de suaves expresiones lo esperaba.
––Lo haz traído de vuelta, muchas gracias. ––dijo la muchacha mientras  tranquilamente ponía las riendas sobre el bocado que tenía el animal.
––Son de sargazo, una especie de alga, pero tienen un tratamiento especial para resistir la fuerza de varios bueyes.
Rubí se mantuvo observando en silencio a la muchacha, para variar tuvo la intensión de hablarle y de paso hacer varias preguntas sobre su abuela pero no supo jamás como hacerlas, algo acalorado sintió como las palabras se atoraron desordenadamente a la altura de su garganta, además su respiración se vió ligeramente afectada, al parecer, sin explicación aparente.

Rubí pensó que la voz de la muchacha parecía levemente más grave de aquella vez que la conoció en la “playa chica”, a pesar de ello seguía entregado serenidad y elegancia a cada palabra por ella pronunciada.
––Vamos Rubí entremos a la casa. ––dijo ella mirándolo directamente a los ojos.
––¡No! ––respondió éste tajantemente sin medir la fuerza de su voz.
––Digo… resulta que sólo venía a devolver tu caballo. ––¿Acaso ella sabía su nombre? Pensó Rubí al instante, sin poder evitar sentirse algo cocoroco.
––Vamos entremos a la casa ¿No me tendrás miedo? ––cuando ella dijo eso Rubí sintió que le ardían las orejas.
––Con Perla nos preparábamos para salir en búsqueda de Kawell, cuando de pronto te vimos a través de la ventana con esta preciosa criatura. ––dijo ella deslizando suavemente su rostro y manos por el lomo del espectacular corcel.
––Así que ahora… ¡Tomaremos té! Por cierto, tu hermana fue quien me dijo como te llamabas, bonito nombre. ––le explicó sonriéndole a Rubí quien no supo donde esconderse.

De pronto y de quien sabe donde, surgió la figura de un hombre intimidante, las facciones de su rostro eran absolutamente varoniles, en él destacaba una poderosa mandíbula y una adusta expresión en sus ojos marrones, los cuales no terminaban de examinar a Rubí, quien se sintió extrañamente amenazado como si su vida corriera peligro.
––Trewa, no quisiera abusar de tu amabilidad, pero ¿Podrías encargarte de Kawell? ––dijo la muchacha intentando hacer contacto visual con aquel hombre que parecía no perder de vista a Rubí.
––No hay problema. ––respondió el hombre evidentemente molesto.

Lo único que Rubí quería era subirse al jodido caballo y salir a todo galope de ese lugar, tanta tensión para un sólo día le parecía contraproducente para su salud, pero al parecer no era el único de esa opinión, cuando el muchacho observó al caballo antes que se lo llevaran, éste pareció devolverle la mirada y decirle ésta “¡Compadre aún puedes subirte, por favor llévame contigo!” Pero nada de eso pudo hacer Rubí, cuando Trewa tomó las riendas de sargazo, el caballo se encabrito, pero el hombre haciendo muestra de su poder tiró fuertemente de las riendas y al animal no le quedó más remedio que dejarse guiar.
––Por aquí Rubí. ––dijo la muchacha dejando la puerta abierta para que Rubí la siguiera, él no hizo más que ir tras sus pasos.

Al contrario de lo que se pudiera pensar, el interior de la casona de huéspedes resultó ser un lugar realmente acogedor y sin punto de comparación con el descuidado exterior de la residencia. Antes de entrar al hall, Rubí se limpió los pies tal y como su madre lo había acostumbrado desde pequeño, y por suerte lo hizo, pues el piso de madera resplandecía como recién encerado, tanto que el brillo reflejaba la silueta de los muebles y exuberantes plantas de igual modo que un espejo.

Para el muchacho fue una sorpresa que todo luciera tan impecable y apacible, de pronto un fuerte sonido proveniente desde fondo del salón capturó inmediatamente su atención, se trataba de un enorme reloj Carillón de pie, poseía una caja de roble tallada con motivos de épicas batallas araucanas y detalles de ebanistería, además de dos grandes péndulos de bronce.
Pero hubo algo entre todas las curiosidades del lugar, que realmente le causó aprensión y esto fue el hecho de que todos los estantes, muebles y vitrinas de madera, poseyeran cuerpos y rostros humanos tallados a tamaño real en la mayoría de sus puertas, los había de todas las edades y rasgos, incluso había uno pequeño de color rojo colonial envejecido, el cual tenía dos manitos dispuestas en forma de perillas en cada una de sus puertas, en sus bordes y patas destacaban los motivos de niños jugando en el bosque, y en la cima de éste, el rostro alegre y lozano de un pequeñín; en su interior se exponían diversos juguetes muy antiguos, como lo eran unas muñecas de porcelana que con gigantescos y coquetos ojos parecían observar a un boquiabierto Rubí.

Los estantes de Raulí dispuestos en una de las paredes contenían libros y encuadernaciones antiquísimas, Rubí reconoció al paso algunos títulos como el de “la política”, “El discurso del método”, libros de literatura española, “El libro de los muertos”, varias enciclopedias, libros de poesía, diccionarios, novelas policiales y una serie de textos que le causaban gran curiosidad, algunos parecían realmente arcaicos, verdaderos papiros a punto de desintegrarse.

El resto de las paredes del salón era una perfecta “Oda a la puerta”, pues siete u ocho de ellas se encontraban dispuestas una tras de otra en cada muralla, Rubí pensó que se tratarían de las habitaciones de los huéspedes, de todas formas pronto saldría del misterio, cuando la misteriosa anfitriona finalmente abrió una de ellas, tras la puerta, en una pequeña pero acogedora habitación se encontraba sentada sobre un sofá, Perla, quien de lo más campante tomaba té cerca de unos pequeños Chunchos tallados en madera a escala real y que desde los altos estantes de roble parecían vigilar todo el lugar, cuando ésta notó la presencia de su hermano le hizo una seña para que tomara asiento a su lado, pero Rubí se encontraba demasiado entretenido observando los extraños muebles como para prestarle atención a su hermana menor.

En el centro de la sala había una mesita con cuatro no muy gruesas patas felinas, en una de las cuales colgaba la cola de un león, sobre la estructura reposaba un tablero de ajedrez con figuritas de soldados, caballos y reyes dispersas desordenadamente a causa de un libro abierto dejado por descuido sobre ellos; los sillones y taburetes eran de madera tallada, tapizados con una gruesa tela púrpura de encajes dorados desgastados por el transcurso de los años, sobre el piso, y a un costado de la chimenea, se encontraba la alfombra hecha de cueros de vaca y lana de oveja en forma de tablero de ajedrez, sin dudas, el conjunto de la habitación aportaba una cálida sensación de hogar. 

Con mucha seguridad y aire resuelto Rubí se sentó frente a las dos jóvenes, desde allí observó a su hermana y la otra muchacha, él no dejaría que ésta última lo amedrentara por ningún motivo.
––Gracias por traer de regreso a Kawell, suele ser un caballo muy manso y dócil ¿No es así Perla? ––la joven de sedoso y largo cabello negro tomó entre sus delicadas manos una tasa de espeso café; Perla, por otro lado, engulló rápidamente la galleta de avena y pasas para poder responder.
––Sí, Don Kawell es muy manso, yo misma lo he montado algunas veces ¡Es un animal bellísimo! Me gusta pensar que soy Alejandro Magno cabalgando sobre su fiel Bucéfalo. –– la muchacha rió enseñando gran parte de la comida en su boca.
––También podrías ser Caupolican. ––le comentó Am, pero Perla no escuchó lo que dijo.
––Aunque las veces que lo he montado tú siempre me supervisas ¿Cierto querido amigo? ––Perla rió con fuerzas mientras apresuradamente se echaba dos galletas más a la boca.
––Perla tienes que tener mucho cuidado. ––dijo Rubí sonando aprensivo–– tú no sabes andar a caballo ¿Qué pasa si te caes? ¿Quién te va a cuidar? ¡Imagínate! puedes hasta quedar parapléjica… a mucha gente le ha ocurrido… la mamá y el papá ni si quiera saben las cosas que andas haciendo, tienes que ser más consciente y cuidadosa con lo que haces… lo mismo ocurre cuando vas a la playa grande y te metes en esas olas gigantescas, ya te conté que  una vez casi, pero casi muero ahogado cuando era chico, tú eres muy loca, mire…que…que...

Pero Rubí se detuvo al escuchar la sonora y porque no decirlo, masculina carcajada de Am, quien al parecer lo habría estado observando mientras le daba el sermón a su hermana menor. Cuando ella dejó su café sobre la mesita de madera en el centro del salón, Rubí aprovecho el momento para observarla detenidamente, su sonrisa era bellísima, parecía una distinguida princesa, pero sin dudas, una muy triste; sus ojos negros cargaban con un gran dolor en el centro de su pálido, armonioso y sereno rostro. ¿Habría escuchado mal o su hermana la habría llamado amigo? Se preguntó Rubí.

––¡Que malo eres Am! como si fuera muy entretenido que te sermoneen. ––Perla rió graciosa–– él siempre es así de aburrido, jamás se divierte porque le teme a todo y a todos. ––dijo la menor de los tres jóvenes sacudiéndose los restos de galletas sobre sus piernas.

Rubí miró inquisitivamente a su hermana por unos minutos, realmente le preocupaba que ella fuera tan impulsiva y despreocupada, eso sin dudas lo sacaba de sus casillas, cuestión que nadie se atrevería a discutir, pues era sufriente con mirarle la cara al muchacho para percatarse de su molestia. ¡Que torpeza de parte de su hermana! Era la segunda vez que le oía referirse a su amiga en términos masculinos ¡Como si se tratase de un muchacho! Rubí pensó que seguramente todo era parte de algún estúpido juego entre ellas.

––Te preocupas exageradamente por tu hermana, al parecer la quieres demasiado o tal vez la quieres menos de lo que pensamos, o quizás debes imaginar lo difícil que sería la vida para ti sin ella, pues, has basado tu existencia en su presencia. Perla siempre dice que intentas protegerla, que estás muy pendiente de lo que le ocurre, pero que no te preocupas en vivir tu propia eh... ¿Qué ocurre? ¿Por qué  me miras así? Perla, Perla responde. ––dijo Am, al parecer sin entender lo que su amiga intentaba decirle con la mirada.

Perla tenía la boca y ojos bien abiertos, pasmada de asombro mantenía la cabeza en dirección a Am, esperando que algún cerro se viniera encima de la casa y los arrastrase hasta la playa. Rubí por otro lado, completamente atónito no sabia exactamente que decir, pero antes que se le ocurriera cualquier cosa la muchacha siguió hablando.

––¡Pero querida! ¿Por qué no me detuviste cuando comencé? Con que a esto te referías con tacto, tino y criterio, nunca hemos de revelar las conjeturas realizadas sobre terceros en su presencia, menos si tratan sobre sus características negativas, como lo es en este caso, claro está. ––Am se acomodó el cabello a un costado de su hombro izquierdo antes de continuar, al parecer la muchacha aún no lograba interpretar los rostros de angustia e incomodidad de su jóvenes visitas.
            ––Son estas conversaciones entre dos personas acerca de un tercero, las que se catalogan de carácter privado. ––de  súbito Perla se sentó lo más cerca posible de Am para taparle la boca con sus manos.
––¡¡PRIVADO!! Ya nos quedó claro que conoces súper bien la palabra ¡AMIGO! Pfff... si se te puede decir así. ––murmuró Perla, quien no le quitó la mano de la boca a la pálida joven, mientras asustada buscaba la mirada esquiva de su hermano mayor, quien al parecer leía muy afanosamente el libro que minutos antes se encontraba sobre la mesa con patas de león.
––¿Qué extraño juego es ese que tienen? ––dijo finalmente Rubí.
––¿Por qué hablan de mí…y? ¿Por qué le dices AMIGO? ––preguntó el muchacho sin dejar de mirar a su hermana, Perla pensó que su hermano la fundiría con su rabiosa mirada.
––Porque eso es lo que somos.  ––respondió Am al lograr zafarse de Perla.
––¡Responde! ¿Por qué le hablas como si fuera un hombre? ––Rubí continuó presionando a su hermana, al parecer sin haber escuchado la respuesta de Am.
––Porque eso es lo que soy. ––sentenció Am con una sonrisa perversa entre labios.
––¿Qué? ¿No me digas que no te habías dado cuenta que soy hombre? ––dijo Am, cuya voz sonó más grave que de costumbre a los oídos de Rubí, quien no daba crédito a lo que en ese momento escuchaba.
––¿Pero tienes el pelo largo y yo…? ––balbuceó Rubí diciendo más para él mismo que para los demás.
––¿Pelo largo? ¿Tiene eso algo que ver? Tú te llamas “Rubí” un  nombre más bien femenino, pero no por eso yo pensaría que eres una mujer. ––dijo tajantemente el joven.
––¡Bueno! ––dijo finalmente Rubí con la mirada extraviada.
––Yo, yo tengo cosas que hacer, así que las dejo solas para que conversen tranquilas. ––dijo Rubí quien al escucharse corrigió casi al instante.
––¡Digo! los dejo para que conversen tranquilos. ––terminó por decir Rubí evidentemente perdido entre sus pensamientos.

Inmediatamente después se puso de pie y despidió con un gesto de ambos jóvenes, al ver esto, Am intentó levantarse del sillón para despedirlo correctamente, pero Rubí muy cortésmente dejó en claro que encontraría la salida por sí mismo y que no era necesario tomarse tantas molestias con él, así que sin más preámbulos salió a toda marcha de la habitación sin prestar atención a las indicaciones del pálido joven, quien  dejó de hablar tras darse cuenta que el muchacho ya no prestaba atención a sus palabras, en cambio esbozó una leve sonrisa entre sus labios, mientras la silueta de un apesadumbrado Rubí desaparecía tras el umbral.

























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Daniel Galí
La Araucanía, Chile
Bienvenidos sean todos, soy una joven escritora Chilena de 24 años y he creado este blog con la finalidad de presentar mis trabajos, especialmente mi primera novela publicada en Lulu.com. Titulada como "El estero de la Muerte" Siempre he pensado que todos tenemos la imperiosa necesidad de comunicarnos con otros, hacemos señales, unos dibujan o quizás pintan, otros por su parte escriben lo que piensan, algunos hablan o simplemente dejan de hacerlo, pero en cualquiera de los casos y para que la comunicación sea realmente efectiva, aquello que hemos creado debe ser compartido con los demás, porque el mundo no lo construimos solos, porque el mundo lo construimos con palabras, jamás dejemos de comunicarnos.
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