sábado, 27 de noviembre de 2010

CAPÍTULO IX: El estero Montenegro.

Camino de regreso a casa de su tía, Rubí permaneció en absoluto silencio, Perla pensó que los comentarios pasados de revoluciones de su amigo, habían provocado que el genio de su hermano girara varios grados en dirección a la olla de presión más cercana.
––¿Estás enojado cierto? ––preguntó despacio y tiernamente ella, pero no obtuvo respuesta alguna. Rubí, más pálido de lo acostumbrado, caminó automáticamente a través del sendero, el muchacho quería llegar pronto a casa para encerrarse en su habitación y llorar protegido bajo el calor de las frazadas tejidas por su abuela.
            ––Perla… no pasa nada. ––dijo.
            ––Sólo se trata de un pasajero dolor de cabeza, eso es todo. ––concluyó finalmente el muchacho con evidente cansancio.
––Ah, OK. ––respondió Perla sin insistir al respecto.

Cuando ambos hermanos llegaron a casa, su tía Azucena los esperaba con un delicioso caldillo de Congrio, pero Rubí debió excusarse en medio de la cena debido al  insoportable dolor que le partía la cabeza en dos, en todo caso, esta excusa resultó ser la escapatoria perfecta para el muchacho que no tenía ánimos de sociabilizar con nadie, por ese y por varios días más, todo había resultado ser demasiado “raro” ––por decirlo de algún modo–– y necesitaba descansar para reponer, a esas alturas de la noche, sus desgastadas energías.

Durante el resto de los días de la semana, Rubí no quiso hablar con Perla acerca de lo ocurrido en la casona de huéspedes, aún se sentía sumamente humillado y frustrado ante la idea que Am fuera realmente un hombre, Rubí no quería asumir el hecho de haberse sentido atraído por alguien y mucho menos que esa persona haya resultado ser a final de cuentas un hombre ¡Qué desgracia la suya!

Antes de aquel desastroso evento, lo único que el muchacho deseaba aunque jamás se atrevió a reconocerlo, era la idea de disfrutar las vacaciones en compañía de su hermana menor y porque no junto a su “amiga”. En ese entonces, Rubí había pensado en recorrer las ferias costumbristas para comer como chanchos, jugar a las paletas o bañarse en la playa, entre otras cosas, pues estas eran actividades que siempre resultaban mejor si eran realizada en grupo, después de todo se trataban de las ya tradicionales vacaciones de los tres hermanos menores, pero el extraño curso de los acontecimientos lo habrían dejado sin compañeros y  panoramas en los cuales participar ¿Qué haría ahora? Rubí pensó que éste no era el mejor momento de su aburrida existencia para permanecer solo ¿Acaso no había viajado desde Temuco únicamente para despedirse de hermana? El muchacho hizo lo de siempre, salió a caminar en solitario para despejar su mente.

Rubí pensó que se debía sentir sumamente depresivo, pues hasta el día soleado le parecía frío, al salir de la casa lo primero que hizo fue pisar una plasta de vaca.
––¡Mierda! ––fue lo primero que se le vino a la mente.
––Vaca maldita… Con razón las comemos ¡Aparte de tontas y feas son unas verdaderas chanchas! ––continuaba murmurando el muchacho mientras se limpiaba refregando la zapatilla sobre el pasto fresco.

Rubí muy temprano en la mañana había sido despertado por el ruido de lo que pensó, sería un metro pasando junto a la casa, tal fue su sorpresa al levantarse de la cálida cama, cuando descubrió que se trataba de la “Chabela”, la vaca de don José de María, la cual era seguida muy de cerca por la “Tuerta”, una enorme perra blanca con tiesa pata de madera y con sólo un ojo bueno, además de los corderos que vendía doña Faustina Santos Rivera; todos ellos conformaban la caravana que esa mañana despertaron al muchacho a eso de las seis de la mañana, eso sin mencionar a las gaviotas que tiraban sus sonoros desperdicios sobre las techumbres acompañadas de sus siempre delicados graznidos. Al parecer los animales se habían tomado el caserío.
––¡Ahora estas huecas cerebro de pájaro! ––gritó el muchacho, fastidiado y descargando toda su frustración, éste le envió una horrenda mirada a las que gallinas que desde temprano cacareaban, para variar y como todos los animales del lugar, revoloteando fuera de su respectivo corral.

Las entrometidas gallinas que poco a poco habían usurpado los terrenos aledaños a sus dominios, y las que en un principio Rubí considero gregarias e inofensivas, mostraron su lado más siniestro y salvaje ––a pesar de ser domésticas–– cuando de pronto éstas decidieron agruparse para devolverle miradas asesinas color del fuego, el raudo caminar del muchacho, quien se sintió intimidado al ver tanta gallina junta, se vió bloqueado por la escandalosa congregación, la cual perfectamente organizada y decidida a franquearle el paso lo rodearon  formando un impenetrable murallón, las aves  lo miraban como queriendo comerle los ojos, viseras y demás partes de su cuerpo a picotazo limpio.

El muchacho pensó que de tratarse de aves carnívoras, lo más probable es que lo hubieran conseguido, hasta dejarlo en los puros huesos, esto debido a la enorme y descontrolada cantidad de ellas.
            ––¡Fuera! ¡Fuera! ––apareció Quetra, la dueña y señora de las gallinas, o más bien conocida como “La loca de los pollos”.

            Rubí le hizo un gesto para saludarla, el cual ella devolvió con elocuencia y una enorme sonrisa dibujada en el rostro, pero el muchacho notó por el rabillo del ojo como ella cambió rápidamente de expresión apenas él se dió la vuelta. Los Santos y toda la parentela de estos, eran personas muy astutas, quienes de frente se mostraban cordiales, pero por detrás podían sacarle a una persona hasta el cuero estando ésta aún con vida, así le contaba su tía Rosa cuando durante los días de lluvia se quedó en la casa de su hermana Azucena. Resultaba que esta familia había desarrollado una enorme antipatía hacia los forasteros, especialmente los Rugasso, quienes habían conseguido que el tío de Am, Trewa, les vendiera una porción considerable del terreno a su abuela, mientras que nunca accedió a vender ni medio metro a los Santos, quienes continuaban en calidad de inquilinos desde los tiempos en que don Faustino trabajaba como capataz de los Montenegro. Sin querer dar más vueltas al asunto, el muchacho salió del caserío a través de la colina que lo conduciría a la carretera por Conde del castellar.
           
Fue así como durante ese día y el resto de la semana Rubí se dedicó a recorrer algunos sectores frente a “Conde Del Castellar”, resulta que a ambos lados de esta carretera era posible encontrar otros caseríos, como lo era “El estero las Huaironas”, el cual recibía su nombre en honor al angosto canal homónimo por el cual hacían ingreso las aguas saladas del océano y dulces de los ríos. También se encontraban los caseríos “Los Robles” y “El estero  Montenegro”, ambos, según la información que pudo extraer Rubí a don Caco  ––el hombre que recogía trozos de madera a la orilla de la playa–– resultaban ser posesión de las familias más antiguas y acaudaladas que alguna vez existieron en Niebla, según el desdentado anciano, estas propiedades le pertenecerían en la actualidad a los descendientes directos de Adriano Montenegro Robles, el hombre habría nacido en de 1860 en la ciudad de Concepción; sus abuelos paternos, ambos poderosos ciudadanos españoles fueron parte de la aristocracia terrateniente de ese entonces, según se decía,  para cuando el nació todos los miembros de su familia ––a excepción de su madre–– habrían muerto asesinados bajo distintas circunstancias a manos del ejercito patriota.

Resulta que los Montenegro habrían sido contrarios a las ideas de los patriotas Chilenos, férreos defensores de la corona española y por supuesto, del ejército realista que luchaba por mantener la hegemonía peninsular Chile durante el periodo conocido como “la patria vieja”. Fue así como tras la muerte de su madre en 1881, Adriano Montenegro se convirtió en el único heredero de numerosas extensiones de hectáreas prediales y bienes materiales  acumulados por su familia tras su llegada al continente Americano.

Con apenas veintiún años de edad y conmovido por el trágico destino familiar, el joven Adriano decidió dejar la ciudad de Concepción para radicarse en la localidad de Niebla durante el periodo de colonización alemana, encabezado por el conocido Vicente Pérez Rosales, quien resulto ser “activo colonizador” de esas tierras durante el decenio del presidente Manuel Montt. Aquí el muchacho habría visto la forma de acrecentar su fortuna haciendo uso de los beneficios entregados a los inmigrantes que llegaban a la zona para trabajar.

Como era de suponer para don Caco ––informante clave de Rubí–– el trabajo esforzado jamás daría semejantes frutos y esas historias no serían más que habladurías de la gente “¡Esas son puras pescás!” como le habría dicho a Rubí una tarde sentado a la orilla del mar. Para el anciano, el verdadero origen de la fortuna Montenegro no sería otra cosa que obra del mismísimo diablo, al cual Adriano Montenegro habría prometido servirle por la eternidad, si éste le permitía burlar su trágico destino familiar.

––¡Puras mierdas de caballo! Si fuera por esfuerzo yo sería capaz de pagarle al mismísimo papa para que me venga hacer la misa los domingos. ––dijo don Caco con evidente sarcasmo en su voz, Rubí rió con él.

El anciano de rostro curtido por la salinidad del mar, siempre llevaba un saco de nylon y una pequeña radio Philips a pilas, durante los días que Rubí había realizado sus solitarias expediciones, el hombre le enseñó una porción de humildad que él creía casi extinta, al menos en las personas.
––A ver escuchemos… ––le dijo don Caco intentando sintonizar su radio sentado sobre la arena
 ––¡No! ¡Que vergüenza! ––replicó el muchacho, cuando el anciano insistió en escuchar nuevamente el anuncio comercial que pasaban por la radio.
––¡Ah, no sea necio! No ve que un onagro como yo necesita oír hartas veces para entender bien el mensaje. ––dijo el hombre sobrecargado de ropa mientras acercaba el aparato a su oído.
––¡Ahí está! ––gritó éste cuando finalmente consiguió su objetivo, entonces le dió el máximo volumen al anticuado aparato.

“¡ATENCIÓN! Joyerías Rugasso, el mejor agasajo para el día de los enamorados, si eres una reina exige el más fino y delicado regalo; hechuras, reparaciones ¡Transformaciones! Y todo lo que quieras en oro, ¡Y no olvides que para este catorce de febrero, las más bellas argollas de compromiso e ilusiones! Reserva las tuyas ahora, antes de que te quedes sin regalo para tu enamorada, hazlo llamando al 136662 o visita nuestra pagina web…”

El anuncio aún continuaba, pero Rubí se sentía tan avergonzado que tuvo que ponerse de pie sobre la arena, en cambio don Caco parecía disfrutarlo, cuando terminó de escuchar, el hombre se acercó al muchacho y allí rieron juntos intercambiando comentarios.

Una de esas tardes al regresar a casa de su tía tras una larga jornada “educativa” con “el viejo de la playa” ––apodo que recibía don Caco–– Rubí se encontró frente a la robusta empalizada de cemento y enredaderas que demarcaban la propiedad “El estero  Montenegro” como decía la envejecida placa de estaño a la entrada del grueso portón de madera, que por cierto, en esa ocasión se encontraba abierto;  Rubí había pasado cientos de veces por ese mismo lugar durante ese verano y jamás había observado movimiento alguno al interior de la propiedad, aunque bien poco se podía ver hacia dentro con semejante murallón, la única información que manejaba él y todos los lugareños, era que los dueños se encontraban viviendo actualmente en la capital y no se les había visto en la zona por años. ¿Serían los dueños? ¿O tal vez ladrones? ¿Llamaba a los carabineros o iba a buscar ayuda donde su tía? Rubí no sabía que pensar y aunque era poco frecuente que él fuera en contra de lo establecido, se dejó llevar por la curiosidad y decidió echar un pequeño vistazo, después de todo, nadie lo estaba observando en ese momento y debía asegurarse que no fueran ladrones los que abrieron el portón, así que sin pensarlo dos veces asomó la cabeza.

Rubí no lo podía creer lo que observaba, frente a sus ojos se erigía una enorme casona estilo Nórdico de troncos horizontales y ensamblaje en cruz, la estructura era de dos pisos y poseía techos a tres aguas con enormes tejones coloniales, también tenía vistosos balcones con barandales de madera y forjas de hierro; a los costados de la edificación enormes Ciruelos, Cerezos y Raulíes ornamentaban el jardín, por supuesto, también habían allí numerosas especies de plantas y flores bordeando la casona, Rubí reconoció las populares “Crestas de Gallo” por su anaranjado y vivaz color, estas flores acampanadas crecían silvestres por toda la localidad al igual que las Hortensias azules y los Chilcos, de pronto recordó como su tía solía decirle: “¡ah, esas son carne de perro!”, pues  eran común verlas embelleciendo cada jardín y la plaza del lugar.

            Por otro lado, detrás de la casona habían otras cuatro construcciones similares a la primera pero de mucha menor envergadura, éstas se podían ver a simple vista una tras otra en ascenso hacia la colina,  pues el terreno se encontraba en las faldas de un cerro no muy prominente, lo cual permitía una perfecta visibilidad de todo el lugar. Rubí recordó entonces, algunas de sus clases de geografía en el liceo; aquel cerro sería sin dudas, parte de la cordillera de la costa, aquella maciza estructura que funcionaba como bombo climático, impidiendo que las masas de aire provenientes del oeste continuaran su avance hasta los valles, razón que explicaba perfectamente, la curiosa diferencia de climas entre la ciudad de Valdivia y Niebla a pesar de la distancia tan corta entre ambas; bien lo sabía Rubí, quien en incontadas ocasiones viajó abrigado hasta por los codos debido a las fuertes lluvias y frío al salir de Niebla, pero en cuanto cruzaba el puente “Valdivia” se percataba del fatal error cometido, pues desde allí se podía observar como todos los transeúntes de la feria fluvial, vestían frescas tenidas veraniegas para contrarrestar el intenso calor y abundante sol estival.

Rubí quién ya tenía ambos pies dentro de la faustosa propiedad, descansó mientras contemplaba la abundante vegetación valdiviana que descendía cerro a bajo, el muchacho de ojos miel decidió sentarse  bajo un arbolito no muy grande, pero que bien lo protegía del inclemente sol, allí disfrutó de la tranquilidad de un sitió tan naturalmente bello, pero a la vez muy bien organizado por el hombre, en silencio escuchaba el suave sonido del estero que cruzaba el cerro, el canto de los diminutos Pitios y las hojas de los árboles al estrecharse unas con otras cuando soplaba el viento de improviso. Para cuando Rubí recordó el motivo por el cual estaba allí, se levantó con desgano frente al arbolito cuya curiosa forma de sus hojas llamó toda su atención.
––Sauco del diablo. ––susurraron sorpresivamente junto a Rubí.
––¿Qué?¿Cómo? ––pregunto Rubí sin dejar de sobresaltarse.
––Sauco del diablo se llama el árbol. ––dijo finalmente un misterioso  y sonriente joven.
––Dime ¿En que te puedo ayudar? ––preguntó éste.
–– ¡Ummm… a mí en nada! Sólo buscaba al propietario. ––respondió Rubí sin saber muy bien que argumentar.

El rostro del misterioso muchacho le parecía muy familiar, pero por más que intentaba recordar si lo había visto antes en otro lugar, no consiguió nada. Su tez era muy pálida y sus rasgos muy delicados para ser hombre, toda su vestimenta era impecable y su cabello perfectamente cortado y peinado, era levemente más alto que Rubí, así que éste se sintió algo intimidado ante su porte y prestancia.
––Mmm… me temo que eso no es posible por ahora, él no se encuentra aquí aún, pero si el asunto que debes tratar con él es de suma urgencia, bien puedes dejar el recado conmigo. ––explicó muy pausadamente.
––¡No! digo, no por favor, no te preocupes. ––Rubí parecía bastante nervioso, quien luego de un incómodo silencio agregó.
––La verdad es que cuando vi abierto el portón me preocupe, pensé que podrían haber entrado a la fuerza para robar o algo así, bueno ya sabes… ––Rubí continuaba sin saber exactamente que decir, pues bien sabía que la razón por la cual había entrado en la propiedad, era la fuerte curiosidad que ésta despertaba en él, más que por cualquier otra cosa que para salir del paso pudiera inventar.

 El muchacho se sentía culpable de haber actuado impulsivamente, pues comportarse de semejante manera no formaba parte de su naturaleza “se me estarán soltando las trenzas…” pensó Rubí para sí mismo mientras intentaba dejar de tocarse la frente y el cabello ––cosa que hacía cada vez que se ponía nervioso–– ¿Pero cómo no estarlo? si tenía la ligera sensación de estar siendo escudriñado en todo momento por la fuerte y perspicaz mirada del joven frente a él.
––¡Que adorable! Mi abuelo tiene la dicha de contar con buenos vecinos. ––Rubí lo miró intentando comprender, el misterioso joven pareció advertir la mirada preocupada del conflictuado muchacho, así que inmediatamente agregó.
––¡Disculpa soy tan torpe! Me llamo Nequicias Montenegro, nieto del propietario, perdón pero se me olvido tu nombre ¿Cómo dijiste que te llamabas? ––Rubí sabía perfectamente que él jamás había dicho su nombre, ni mucho menos recordaba que se lo hubiesen consultado esa tarde, pero le pareció una manera muy inteligente y cortés de presentarse. Como suelen decir “Lo cortés no quita lo valiente”.
––Yo soy Rubí, pero sólo estoy aquí de vacaciones y me quedo en casa de mi tía al otro lado de la calle, en “El estero de la Muerte ¿Lo conoces? ––preguntó.
––Claro que sí, me preguntó que tan cambiado se encontrará, hace tanto que no lo he visitado. ––dijo riendo Nequicias.
––Bueno… no luce tan bien como este lugar, pero sin dudas tiene lo suyo. ––dijo Rubí que al parecer comenzaba a disfrutar de la conversación.
––La verdad es que don Faustino intenta mantener ambos caseríos de la mejor manera posible, pero es evidente que es demasiada tarea para él. ––Nequicias contempló el lugar y luego agregó. ––Sin dudas a hecho un magnífico trabajo por este lugar, mi abuelo estará muy agradecido por su desempeño y mi padre de seguro encontrará la forma de compensar al viejo ¡El buen Faustino! quien diría que tiene ¿Cuánto? ¿Noventa y cinco años?
––¿Qué? no puede ser, si yo lo he visto allá en el caserío acarreando leña y trabajando en la chacra ¡Parece de sesenta! ––comentó Rubí realmente impresionado, ambos jóvenes continuaron su conversación mientras caminaban por los senderos de piedra laja que serpenteaban entre el jardín, parecían amigos de toda la vida y si alguien los hubiese visto, jamás habría imaginado que se habían conocido hace tan sólo cinco minutos atrás.

––Así que tu padre es dueño de las “Joyerías Rugasso”, me gusta mucho el aviso que pasan por la radio y la TV. ––comentó Nequicias mientras subían la escalinata de piedra  que conducía a una especie de terraza frente a la casona.
––Si bueno, fue idea de mi hermana chica… Perla, se llama ella. ––dijo Rubí sonrojándose. No le gustaba hablar mucho sobre él y menos de su familia.
––¿Qué curioso? ambos tienen nombres de piedras preciosas, me pregunto si tu padre lo habrá hecho adrede. ––era demasiado evidente para Rubí que Nequicias intentaba obtener información acerca de su familia, pues el sujeto frente a él no parecía ser de aquellos que hiciera preguntas ingenuas o desinteresadas, sin dudas Nequicias no daba puntada sin hilo, pero esto, lejos de incomodar a Rubí como hubiese ocurrido en otras ocasiones, hizo que éste se sintiera gratamente sorprendido, pues se encontraba frente a él alguien de su misma calaña y esta situación le resultaba atractivamente desafiante.
––Por supuesto que sí. ––respondió finalmente.
––De hecho cinco de mis hermanos también tienen nombres de piedras, bueno la única excepción resulta ser mi hermano Ricardo, quien lleva ese nombre en honor a mi abuelo, al igual que mi padre. ––acotó para demostrar a Nequicias que no había nada que lo amedrentara. Rehuir al tema habría dejado en evidencia su debilidad.

Ambos jóvenes intercambiaron miradas por breves segundos, parecían complacidos ante el desplante de sus habilidades y sin decir palabra alguna convinieron una tregua, el primero en cambiar el tema de conversación fue Nequicias, quien le comentó a Rubí acerca de la inestabilidad del clima en la zona, Rubí por su parte expresó sus conocimientos acerca de geografía del lugar y  su influencia en el clima.
––Bueno tú sabes que la cordillera pelada, como llaman a la cordillera de la costa en esta zona debido a su pequeña altitud e intermitencia, detiene las corrientes atmosféricas... ––continúo explicando Rubí, los jóvenes habían tomado asiento en la terraza sobre unos troncos y piedras perfectamente cortados en forma de sillones, pero su conversación no duraría mucho más, pues una contorneada silueta se atravesaría en el campo visual de ambos jóvenes.

Rubí reconoció esa larga y ondulada cabellera morena al viento, indudablemente se trataba de la escultural Mariela, la sobrina de doña Bauda, muchacha con quien había cruzado algunas palabras al salir de la casa de su particular tía, pronto Rubí reparó en el acompañante de la muchacha, se trataba ni más ni menos que de un viejo amigo suyo.
––¡Kawell! ¿Qué haces con él? ¿No me digas que se escapó otra vez? ––Rubí preguntó aunque sabía perfectamente que éste resultaría ser, el primer escape verídico del majestuoso equino.

Los grandes ojos verdes de Mariela denotaron nerviosismo, la muchacha se estremeció al reconocer la voz de Rubí, era evidente que ella no esperaba encontrárselo en aquel lugar, Mariela y Nequicias intercambiaron miradas, luego de eso, éste último fue quien rompió el incómodo silencio.
––¡Que majestuoso ejemplar! Con un animal así me iría al mismo infierno. ––rió
––Si, es muy bello, yo… yo lo encontré cerca de playa. ––habló finalmente la muchacha mirando hacia el suelo.
––¿Qué haremos ahora? Alguien debe saber quien es su dueño ¿No? ––a Rubí se le dio vuelta el estómago.
––Yo conozco al dueño, pero dudo que quiera recibirme otra vez en su casa, creo que me mataría si me acerco más de cien metros a él, después de lo que le dije… ––la muchacha respondió sin dejar de jugar con las riendas de sargazo.
––¿Eso es un problema? ¿Y ahora que hacemos? ––preguntó Nequicias.
––Rubí, si no es molestia ¿Podrías ir a dejarlo tú? después de todo también sabes de quién es ¿Cierto? ––dijo Mariela sin dejar de ver el suelo.
––Emm… si, porque no. ––el muchacho odió su sentido del deber y claramente, el no poder decir que no a una mujer.
––¡Fantástico! Eso nos permite tratar nuestros negocios pendientes querida Mariela. ––dijo Nequicias.
––Es que se hará cargo de la casa mientras nosotros pasemos las vacaciones en este agradable lugar. ––agregó éste último ante la mirada interrogativa de Rubí.

Rubí miró de reojo al caballo mientras caminaban uno al lado del otro por la calzada ¿Cómo era posible que otra vez se viera involucrado en la misma situación? ¡Y para colmos tendría que verle la cara al dichoso Am! ¡Que vergüenza! Su orgullo de hombre no lo dejaba en paz ni por un segundo y para colmo de males aún no se hablaba con Perla, quien podría haberlo ayudado en esta situación, pero tampoco quería dar su brazo a torcer con ella. Parecía que su fiel corcel podía entender perfectamente sus sentimientos, durante el trayecto, Rubí lo sintió piafar varias veces contra el suelo, pero el cabreado muchacho sólo le daba una mirada hostil como diciendo “si no fueras tan tonto podrías escapar sin que te atrapen…”

Cuando Rubí se aproximaba a la casa azul sobre el alto, tanto él como el caballo se detuvieron, era demasiado empinado el camino como para bajar caminando con el corcel, ante la problemática ambos se miraron como esperando respuesta del otro.
            ––¿Por qué no te subes mejor? ––dijo una voz grave. Rubí  no quiso ni mirar a su acompañante, pues no quería  comprobar que ahora era capas de escuchar caballos.
––¡Hijo! esas bestias están hechas pá correr. ––con temor Rubí miró despacio por el rabillo del ojo, pero sólo vio allí un montón de hojas de Laurel y matas de porotos enredadas entre la madera de un podrido cerco, de pronto, con esfuerzo notó como unos grandes y verdes ojos que lo observaban ocultos entre la maleza, eso sí, muy bien acompañados de unas pobladas cejas negras.

De rodillas sobre la tierra se encontraba la mujer que llamaban Gioconda, una espesa mata de pelo gris cubría parte de su gran y robusto cuerpo, ella dejó a un lado sus herramientas de jardinería y puso ambas manos sobre el suelo intentando ponerse de pie, al ver esto Rubí se acercó para ayudarla, pero ésta le hizo un ademán para que el muchacho se mantuviera al margen, la mujer llevaba amarrado a su cintura un delantal de lo que al parecer en otro tiempo, habría sido la bandera de campaña de algún candidato presidencial, antes de ponerse completamente de pie, la mujer se limpió las manos llenas de tierra en el desafortunado pedazo de trapo.
––¡Le pregunté a esa cabra lesa que pá onde llevaba ese animal! ¿Yo sabía que en algo malo andaba? ¡Menos mal que usted es un chiquillo bien portado! ––dijo Gioconda quitándose el sudor de la frente con la muñeca.

Rubí notó que los ojos de la mujer lucían opacos a causa de unas nubes sobre ellos, tal vez durante su juventud estos fueron tan bellos como los de Mariela, se preguntó si ésta última luciría como su tía cuando envejeciera. El muchacho esperaba que no.
––Creo que se lo encontró cerca de la playa. ––explicó Rubí
––¡Qué lo va haber encontrado ella chiquillo por Dios! ¡Si yo misma ví cuando lo sacó a escondidas del potrero! ––gritó triunfante la mujer.
––La verdad es que yo sólo lo vine a entregar porque ella tenía cosas que hacer y no me pudo explicar muy bien lo que paso. ––excusó Rubí a la muchacha, aunque ya le parecía que algo escondía ella. De paso aprovechó de echarle una mirada de reojo al equino “¡Pfff… tú si que eres tonto te las dan en bandeja para que te escapes y te terminan atrapando igual!” Pensó el muchacho mientras el caballo movía las crines.

––¿Y qué tendría que hacer esa tan urgente? ––miró la mujer para que Rubí le entregara la valiosa información.
––No lo sé doña Gioconda, pero ¿Cómo dijo que podía bajar la cuesta? ––mintió Rubí sin percatarse como solo se había amarrado la soga al cuello.
––¡Tienes que subirte no más! ––dijo Gioconda quien pareció no percatarse de la evasiva.
––¿Al caballo dice usted? ¡Obvio, que tonto soy! ¡Pero yo no se montar a caballo! ¡Nunca lo he hecho! ––afirmó asustado.
––¡Pero, pero…! ––repetía el muchacho al ver que la mujer se acercaba para ayudarlo a poner su pie en uno de los estribos.
––¡Tranquilito Kawell…tranquilito amigo! ––le decía éste al caballo.
––¡Ya chiquillo, aprieta bien las piernas, pero no tanto para que el animal no se vaya a encabritar! ––la mujer agregó. ––para cambiar la dirección tira de las riendas no más.

Bastó que Gioconda diera una pequeña palmadita al lomo del caballo para que éste comenzara a descender la empinada cuesta, a Rubí le costaba un mundo mantener el equilibrio sobre el animal,  tenía los nervios de punta, así que apretó fuertemente sus labios mientras contenía la respiración, pues nada más podía hacer para calmar su nerviosismo debido a que tenía las manos ocupadas como para tocar su frente, como generalmente lo hacia en circunstancias como ésas. Con los ojos bien abiertos y sin saber cómo, el muchacho se vio llegar a la casona de huéspedes en compañía de su fiel corcel. Allí un montón de chiquillos moquillentos lo observaban con curiosidad.
––¡Hola tío! ¿Me lleva? ––preguntó el más pequeños de todos.
––¡No Pichintun! Tú eres muy chico y tienes que pedirle permiso a la mamá ¿Me lleva a mí tiíto? ––suplicó una niñita de mirada tierna, se trataba de Zeidora.
––No puedo Niños porque este caballo no es mío y es por eso es que lo vengo a entregar. ––dijo Rubí intentando averiguar como bajarse del animal “¡Diablos que está alto!” Pensó el preocupado muchacho.
––¡Tío por favor! ––dijo melosamente el pequeñín. Rubí sintió una palpitación al lado izquierdo de su pecho, pero eso no fue suficiente para tocar su corazón, así que por más adorable que luciera el pequeño hombrecito, meciéndose de un lado a otro, con las manos dentro de su diminuto pantalón, nada haría cambiar la decisión del muchacho.
––¡Si tío yo también quiero subir! ––dijo Lucapina mientras se acomodaba el cintillo. Luego de eso Rubí contaba con un séquito de pequeñas personas rogándole.
            ––Ya niños córranse que me tengo que bajar. ––dijo el muchacho menos paciente que al principio.
            ––Vayan a preguntarle a su mamá mejor. ––dijo Rubí pensando en deshacerse de los niños.
            ––No tío, si mi mamá nos deja. ––dijo una de las niñas, los demás la apoyaron.
            ––¡Uf los mocosos cargantes! ––murmuró Rubí apretando los dientes para que no lo oyeran los niños.
––¿Por qué no se van a hacer tareas mejor? ––dijo Rubí al saltar bruscamente del caballo, quien sacudió la cola con el sobresalto, asustados los niños se hicieron a un lado.
––Tío pero si estamos de vacaciones. ––dijo riendo el más grande de los cinco niños, los demás estallaron en carcajadas.
––Ya niños vayan a su casa y déjenme tranquilo que tengo muchas cosas que hacer. –– dijo cabreado y con el entrecejo fruncido.

Los niños quedaron en silencio mirándolo sin perder las esperanzas de subirse al majestuoso corcel, Rubí, quien al sentirse presionado agitó fuertemente los brazos para que los niños se fueran lo más lejos posible, los que asustados se echaron a correr mientras gritaban  a los cuatro vientos “¡Corran que nos va a comer!”
––¡Huid pronto del jardín niños, es el gigante egoísta! ––exclamó una graciosa y familiar voz.
––¡Como salido de un cuento de Wilde! ¡Por Dios Rubí! ¡Son sólo niñitos! ––era Perla quien con un canasto lleno de cerezas cruzaba el puentecito sobre el estero.
––¡Ah eras tú! ––Rubí pensó muy bien sus palabras antes de continuar.
––Ya que para variar tienes tiempo para reírte de mí, tal vez querrías entregarle el caballo a tú “amiguita”. ––dijo Rubí.
––Y de paso le dices que yo puedo prestarle unos pantalones para que parezca un verdadero hombre. ––agregó riendo.
            Perla quedó boquiabierta, pues su hermano siempre se había caracterizado por ser un sujeto más bien controlado y hermético, ciertamente algo inseguro, pero muy cuidadoso de sus palabras y a quienes éstas iban dirigidas; claramente este tipo de reacciones explosivas, no se encontraban dentro del repertorio de conductas del muchacho. Rubí logró percatarse del efecto causado por sus palabras en su hermana ¿Sería para tanto? Pensó él, pero Perla no alcanzó a decir nada más, cuando desde la cima de un árbol se escuchó una tercera voz.
            ––¿Y porqué no aprovechas a decírmelo tú mismo ya que estoy aquí? ––dijo Am.
––Pero dudo que un pantalón me haga más hombre de lo que ya soy. ––agregó.

            Am descendió desde uno de los tantos árboles cargados de manzanas junto al sendero tras Rubí, a éste último se le desvaneció la sonrisa del rostro, pronto miró a su hermana desesperadamente, quien al parecer tenía el rostro tan o más desfigurado que él, ambos intercambiaron miradas exageradamente desorbitadas hasta que Rubí reaccionó, no le quedaba de otra, después de todo fue él quien lanzó la ofensiva, así que rojo de la vergüenza, apretó con fuerza las riendas que aún sostenía en su mano y con la otra se tocó la frente por última vez antes de dar la cara a Am.
            ––¡Rubí que graciosos eres! ––se adelantó Perla riendo lo más naturalmente posible.
            ––¡Ves a esto me refería! Te dije que era muy sarcástico. ––agregó  la muchacha mirando a su amigo.
            ––Sí… es cierto, por favor olvídalo, eso fue una broma de hermanos ¡Ja! ––río nervioso intentando seguir la corriente a su hermana. ––Tengo un humor negro… bien negro ¡Ja! ––agregó Rubí intentando reír con  dificultad.
            ––El asunto es que yo venía, otra vez… a entregarte tu caballo ¡Otra vez! ¿Qué gracioso? ¿No? ––el muchacho hizo una pausa para tragar saliva antes de continuar, Am parecía no entender la gracia del asunto. ––Resulta que venía caminando frente al estero Montenegro, otra vez… cuando me encontré a Kawell otra vez… ¡Ja!
            ––¿Dices que lo encontraste en El estero Montenegro? ––lo interrumpió Am evidentemente perturbado.

            Rubí agradeció la intervención de Am porque necesitaba tiempo para inventar algo más, pues no quería que acusaran injustamente Mariela sin que ésta tuviera la posibilidad de argumentar en su defensa, aunque todas las pruebas estuvieran en su contra.
            ––Sí, bueno, estábamos conversando con Nequicias Montenegro, uno de los propietarios del terreno, cuando apareció Mariela, ella fue quien se lo encontró en la playa, así que es a ella a quien verdaderamente debes agradecer, yo sólo… ––pero Rubí se detuvo al percatarse que no estaba siendo tomado en cuenta.
            ––¿Estás seguro? ¿Dices que Mariela estaba con Nequicias… Nequicias Montenegro, nieto de Adrián Montenegro Robles? ––preguntó Am  seriamente.
            ––Sí, Adrián Montenegro Robles, el mismo ¿Por qué? ––preguntó Rubí intrigado.
            ––No, bueno me pareció muy extraño porque esos terrenos han permanecido abandonados por muchos años, me pregunto por que habrá regresado. ––dijo Am.
            ––Creo que de vacaciones. ––respondió Rubí mientras se frotaba las manos, la temperatura ya había comenzado a descender a esas alturas de la tarde, Perla tenía la piel de gallina y comenzaba a hipar producto del frío, al único que no parecía afectarle el clima era a Am, eso a pesar de vestir sólo una polera de algodón muy delgada.
––¿No tienes frío? ––preguntó Perla a su amigo.
––La verdad es que no. ––éste respondió algo seco mientras acariciaba su mentón.
 ––Verás, ya estoy acostumbrado a estas frescas tardes de verano, la brisa marina es muy diferente a la de la ciudad, ya lo comprobarán ustedes. ––agregó Am.

            Unos poderosos ladridos interrumpieron la conversación entre los muchachos, el caballo que hasta entonces había permanecido tranquilo junto a Rubí ––y que por cierto del cual ya se había olvidado–– piafó tirando fuertemente de las riendas que por poco se le sueltan de las manos al muchacho. Era Negro, el perro guardián de la casona quien entre la espesa hierba batía sus fauces contra el aire, arrojando espuma blanca por doquier.
––¡Tranquilo amigo no es nada! ––le gritó Am para que el animal lo escuchara, Rubí no lo había notado, pero el semblante del muchacho lucía mucho más desgastado que desde la última vez, tenía unas ojeras que resaltaban notoriamente en su pálido rostro, además se vía más delgado que de costumbre.

            Los molestos ladridos del perro hicieron que Rubí girara la cabeza para ver donde se encontraba éste, tal fue su sorpresa cuando vio a “Colorín”, el gato que lo habría ayudado a escapar de la casona, se estaría acercando peligrosamente hacia el bravo can. Am que al parecer comenzaba a salir de su ensimismamiento, miró desconcertado hacía Rubí, quien por su parte no dejaba de estar alerta ante cualquier eventualidad, pero sin soltar a Kawell, a quien había comenzado acariciar suavemente sobre el lomo para que éste se tranquilizara.  
            ––¿Qué es lo que miras? ––le preguntó Am a Rubí.
            ––¿Yo? bueno, yo miraba… ––Rubí giró para asegurarse de que el perro no tuviera ya en el hocico al pobre “Colorín”, pero tal fue su sorpresa al ver que éste había desaparecido, el perro también había cesado de ladrar.
            ––Em, a tú perro tan violento. ––inventó Rubí. ––Hay tantos niños corriendo por aquí, que no me extrañaría que un día de estos mordiera a uno de ellos y no sólo a los niños, a los adultos y ancianos también… ––Perla había comenzado a mover la cabeza, cuando la tía de los muchachos apareció junto al parrón del patio vecinal, venía limpiándose las manos en su intachable delantal blanco con blonditas y encajes, seguramente se encontraría preparando “calzones rotos” para la once, la muchacha se lambió los bigotes.
            ––Ah, ya llegó Rubí, es que me avisó Gioconda por teléfono que vendrías con ese animalito ¡Por Dios que es grande! ––exclamó llevándose las manos al pecho.
            ––¡Gioconda, ya…! ¡Veo que las noticias vuelan rápido por aquí! ––dijo Perla tiritando con los labios morados.
            ––¡Ay querida! ni te imaginas como vuelan de rápido las noticias por estos lados y con mayor razón si son de brujas. ––agregó Am, acomodando en el suelo un saco lleno de manzana, Rubí lo observó con aprensión ¿En que rayos estaba pensando? ¿Quería partirse el lomo acaso? Con lo enclenque que lucía seguro que al primer intento quedaba tirado en el suelo y con lumbago. El tipo estaba loco si pensaba cargar solo ese saco de frutas hasta la casona y mucho más aún, si pensaba que Rubí lo ayudaría ¡Por favor!
            ––¡Ay niño por Dios! ¿Cómo dices esas cosas? ¿Las cosas que dirás de mí entonces? ––dijo Azucena mientras recogía unas manzanas extraviadas ¿Acaso le simpatizaba este sujeto? ¿Qué tenía de encantador este tipo, aparte de ser tan bello como una mujer? ¡No, eso no! Pensó asustado Rubí mientras intercambiaba miradas con el caballo que tenía cara de “¡A mí ni me mires, yo no he dicho nada!”
––Nada malo podría decir de usted mi estimada señora. ––dijo Am sonriente.
––Típico. ––murmuró Rubí sin dejar de preguntarse ¿Qué rayos les pasaba a las mujeres de su familia con aquel tipo?
––¡Que encantador eres! Aparte de ser hacendoso y ayudar a la Perlita a cosechar los árboles, eres todo un galán ¡Ay que piropos dices muchacho! ––dijo coquetamente Azucena.
––Algunos podrían seguir tu ejemplo. ––agregó ésta frunciendo los labios mientras se volteaba en dirección a su sobrino, del mismo modo lo hacía Perla, manteniendo en alto una de sus cejas mientras apoyaba la canasta de cerezas sobre sus caderas.

Ambas mujeres desarmaron al muchacho con una mirada de reproche que desmoralizaría hasta el más bravo de los hombres.
––¿Supongo que vendrás a tomar oncecita con nosotros? ¡No te puedes negar! Haz trabajado toda la tarde cosechando los árboles con Perlita y debes estar muerto del hambre. ––sentenció la mujer.
––¡Claro que viene con nosotras, niña por Dios!  Mira lo delgado que está, seguro que como vive solo con su tío no cocinan muy seguido. ––dijo con pesar la mujer. ––¡No se hable más del asunto! además ya se encuentra todo preparado.
––Bueno, la verdad es que yo no tengo problema en tomar once  en compañía de tan agradables personas y si no es molestia… ––dijo Am mirando desafiante a Rubí, quien asqueado de tanta palabrería esperaba que el sujeto fuera tan intuitivo como su caballo y comprendiera su negativa. Mientras tanto su hermana y tía le enviaban otras tantas miradas de reproche, Rubí, quien se vio presionado por ambas mujeres, no le quedó más opción que ceder.
––¡No me miren así! ¡Yo no he dicho nada! ––exclamó el muchacho mirando ahora al caballo que lo observaba tan impávido como siempre.
––¡ABSOLUTAMENTE NADA! ––gritó Rubí para que la multitud le creyera.
––Siendo así, entonces acepto. ––dijo pausadamente el encantador muchacho, Rubí notó un destello triunfal en sus negros ojos.
––Entonces tenemos que llevar éstas jugosas manzanas hasta su casa doña Azucena. ––dijo Am echándose rápidamente el saco al hombro. Rubí estaba boquiabierto no podía creer lo que veía ¿De dónde habría sacado esa fuerza descomunal el muy maldito?
––¡Ay dime Azucena! ¿Cuántas veces debo repetírtelo? ––reparó la mujer.
––¡Pero ayúdalo niño por Dios! ––le dijo su tía apartándolo de sus pensamientos una vez más.
––¡No se preocupe doña Azucena! ––gritó Am caminando en dirección a la casa.
––Que él sólo se preocupe de traer a Kawell, claro, si es que puede. ––agregó.

Rubí estaba hecho un caldero de lava hirviendo, pero poco le importó eso a su hermana y tía, quienes moviendo la cabeza avanzaron tras Am, sin antes dejar de enviar una última mirada de reproche al cabreado muchacho, quien no hizo más que poner los ojos blancos y mover sus manos empuñadas en el aire a espalda de ambas mujeres, claro está.
––¿Qué me miras? ––le gritó Rubí al majestuoso corcel, quien sin emitir ruido alguno dejó de mirarlo y se puso a pastar, eso sí, sólo hasta que Rubí tironeó de las riendas para hacerlo avanzar.















0 comentarios:

Publicar un comentario

Descarga de libro

Support independent publishing: Buy this e-book on Lulu.

About Me

Mi foto
Daniel Galí
La Araucanía, Chile
Bienvenidos sean todos, soy una joven escritora Chilena de 24 años y he creado este blog con la finalidad de presentar mis trabajos, especialmente mi primera novela publicada en Lulu.com. Titulada como "El estero de la Muerte" Siempre he pensado que todos tenemos la imperiosa necesidad de comunicarnos con otros, hacemos señales, unos dibujan o quizás pintan, otros por su parte escriben lo que piensan, algunos hablan o simplemente dejan de hacerlo, pero en cualquiera de los casos y para que la comunicación sea realmente efectiva, aquello que hemos creado debe ser compartido con los demás, porque el mundo no lo construimos solos, porque el mundo lo construimos con palabras, jamás dejemos de comunicarnos.
Ver todo mi perfil

Seguidores

Vistas de página en total

Con la tecnología de Blogger.