martes, 30 de noviembre de 2010

CAPÍTULO I : Más allá del Sur. (1ª Parte)



I.   MÁS ALLÁ DEL SUR.

“Las personas somos como el oro, cuya naturaleza es en extremo blanda y maleable, así como éste metal, nosotros por si solos, carecemos de la dureza y resistencia necesarias para enfrentarnos a los embates de la vida, es por ésta razón que nos urge alearnos con otros para obtener la experiencia y firmeza necesaria que nos permita brillar inquebrantables entre tanta oscuridad...”

Investido de la seguridad adquirida sólo por aquellos que ya han recorrido los sinuosos caminos de su propia existencia, el anciano llevaba con orgullo, el rostro que el implacable paso de los años se dedicó a labrar con los profundos surcos del tiempo y la experiencia; el hombre de prominente y recta nariz, se dio el lujo de guardar silencio tras su intervención, así y reclinándose sobre el incómodo asiento miró a través de la ventanilla del atestado bus, dejando al muchacho en una especie de animación suspendida para cuando a él se le antojara nuevamente filosofar. En silencio y muy lentamente, Rubí comenzó a girar su cabeza hacia la pantalla del notebook, lo hizo con suma precaución para no levantar sospechas en el hombre, de igual modo lo haría una muchacha intentando huir de una habitación custodiada por el Trauco, justo en el momento en que éste dormiría una siesta aferrado a su almohada.

––¡Es una lástima! Miren que morir tan joven, el hombre tenía un buen trabajo, una casa cerca de “Las lomas”, una hermosa mujer e hijos sanos ¡Y que se halla matado tan joven! ¿Qué me dice usted? ¡La lesera pá grande! ––comentó súbitamente el anciano mientras golpeaba el diario con sus grandes y arrugadas manos, justo cuando Rubí ya había creído conseguir su objetivo.
––Pues ya ve usted, como dicen por ahí “no todo lo que brilla es oro.” ––rió con esfuerzo el muchacho de perfecta dentadura. ¿Que se cree éste viejo?¿Acaso tengo cara de querer conversar con un desconocido, y es más ¿Piensa que voy tener ánimos de responder sus preguntas durante todo el trayecto? ¡A no! ¡Eso sí que no! ¡Si quiere que lo escuchen que se vaya a fundación Las rosas, que en algo útil se gaste la plata de la jubilación! Pensó el  muchacho mientras el hombre le comentaba la noticia publicada.
––Mira te voy a leer lo que dice la crónica policial de “El Austral”. ––el hombre llamó la atención de Rubí tocando el codo de éste, ante lo cual el muchacho no pudo evitar poner su mejor cara y aparente disposición,  pero sin antes dejar de revisar la cantidad de batería que le quedaba en el computador. ¡Me queda poco!

“Cerca de las 17:00 horas fue encontrado el cuerpo sin vida  del reconocido joyero de cuarenta años de edad, el hombre habría pedido unos minutos para entrar al baño antes de partir rumbo a la fiscalía, para cuando los funcionarios de la PDI se percataron de su retraso, hicieron ingreso al lugar, allí descubrieron que el hombre se habría envenenado tras ingerir algún químico.
La «Brigada Investigadora de Delitos Económicos» se habría encontrado tras la siga del sujeto desde mayo del 2009, tiempo desde el cual  tendría orden de arresto debido a numerosos fraudes realizados a su clientes y proveedores, tras la quiebra de su local comercial.
Según la información proporcionada por el fiscal, el hombre sindicado con las iniciales J.P.O, fue inmediatamente trasladado al hospital regional Hernán Henríquez de Temuco, lugar donde el personal médico constató intoxicación por ingesta de Potasio de Cianuro…”

––¡Que terrible! El hombre tenía una joyería, pero estaba acogotado con las deudas, así que agarró una cucharada de Cianuro y se la tragó, dicen que se le coció todo el esófago pá arriba. ––el anciano le indicó a Rubí con una mano sobre su tórax mientras que con la otra, trabajosamente cerraba el periódico.

El muchacho no pudo evitar gesticular una mueca de dolor tras imaginar el sufrimiento de aquel hombre, pues obviamente, él jamás había experimentado una sensación física de tal magnitud y con fortuna esperaba nunca padecerla “De seguro hay formas más placenteras de matarse, aunque no lo culpo” Pensó el muchacho, quien siendo hijo de joyero, conocía bien los vericuetos del oficio.

––Yo tenía un amigo que murió por tragar soda cáustica, por error eso si, usted sabe, esa que ocupan para destapar las cañerías del baño, en fin, resulta que el fináo Pancho buey nunca fue muy abispáo, pero nunca pensé que su lesera llegara a tanto. ––agregó el hombre mientras Rubí se tomaba nerviosamente la frente con sus manos.
––Resulta que confundió la soda cáustica con sal mientras se comía un sándwich de queso de pata a la hora de la colación, después de eso le tuvieron que poner una tripa de chancho, porque como le digo, se le quemó todita la traquea, eso si,  sólo duro unos meses más y estiró la pata. ¡El fináo Pancho buey! ¡Era buen compadre! Le decíamos así porque cargaba varios sacos… ––el anciano continuó narrando jocosos pasajes de su existencia, sin importarle lo poco atractivos que resultaban estos para el muchacho.

Rubí escuchó al hombre con paciencia y aparente interés, pues le resultaba imposible no hacerlo debido a lógica conservadora y el fuerte sentido moral inculcado por su padre desde la infancia, el respeto hacia el adulto mayor era una de las tantas cuestiones que él habría aprendido. Acorralado y sin poder escapar al juicio moral de su conciencia, al muchacho no le quedo más remedio que usar la opción “Hibernar” tal y como en ocasiones lo hacía computador. ¿Acaso éste también se aburriría de él? Pensó Rubí echándole un vistazo a su apreciado notebook.

Siendo tan sólo un niño, Rubí recibió una estricta instrucción por parte de su padre, quien generalmente lo castigaba con severos palmetazos, tras ver transgredidas las advertencias que lo mantenían alejado de las herramientas y sustancias letales, como los son el ácido Clorhídrico, Bórico y Nítrico; además del baño electrolítico, el Bórax, el Nitrato de Potasio, el ya mencionado Potasio de Cianuro y tantos otros utilizados para la fundición de metales. A pesar de ello, fue imposible para Rubí dejar de sentir una fuerza magnética hacia lo prohibido, peligroso y porque no decirlo, hacia la muerte. Cada vez que su padre se distraía mientras laminaba o fundía con el soplete al interior del taller, Rubí se escabullía para observar a escondidas los llamativos colores reflejados a través de los frascos de vidrios, perfectamente rotulados por su madre, quien temía que alguna persona los bebiese por error, especialmente alguno de sus inquietos hijos, afortunadamente los frascos siempre estuvieron sobre le mesón de trabajo, lo más fuera del alcance de los niños.
Todo joyero sabía perfectamente que bastaría una cucharadita del letal polvo para no volver a respirar jamás, en innumeradas ocasiones durante los quehaceres culinarios, se le habría confundido con bicarbonato e incluso con sal, cuando estas sustancias eran guardadas en algún lugar de la cocina, pues al tratarse de un negocio con tradición familiar, no era de extrañar que el taller se encontrase en el mismo hogar, al menos así lo narraban algunos ancianos a su hijos y más tarde a sus nietos; por esa razón los orfebres rápidamente aprendían a reconocer los colores, olores y nombres de aquellas sustancias, pues si bien, morir a causa de un error o accidente laboral era un riesgo que todo hombre debía correr, generalmente los joyeros eran de las personas que esperaban caer víctima de la vorágine y el  ritmo de trabajo, que los conduciría inevitablemente hacia el stress, fuertes depresiones, y porque no al suicidio.

Una vez que Rubí pensó en el curso de los acontecimientos llegó a la conclusión que tal vez, la muerte de aquel hombre se trataba de su destino y éste sólo se habría adelantado un poco a los hechos, de todas formas no dejaba de ser un horrendo final para una persona que se había dedicado a tan sacrificado trabajo.
––¡Ay las deudas, hasta donde lo pueden llevar a uno! ––expresó el hombre que otra vez volteaba para mirar el paisaje a través de la ventana. El comentario de éste sacó a Rubí de entre sus cavilaciones, quien no le despegó los ojos de encima, pues supuso que éste lo interrumpiría nuevamente.
––¿Si no cualquiera puede trabajar en esta cuestión? Hay que tener nervios de acero, deberían hacerles un test psicológico a los que compran ácidos y esas cosas, como antiguamente se los hacían a los estudiantes que querían entrar a las universidades, ahora ya ni lo hacen así, porque trabajar con tanto químico también es peligroso ¡Si también son armas! ¿O no lo cree así usted? ––preguntó el hombre batiendo la mandíbula como si se le fuera a desprender, Rubí  aguardó unos segundos por si esto llegaba a suceder, pero para desgracia del muchacho esto no ocurrió, entonces rápidamente se preparó para responder, pero el viejo nuevamente lo interrumpió.
 ––¡Válgame Dios! Estos jóvenes locos, los aprietan un poquito y piensan que la muerte es la única salida, si supieran las de cuentas que hay que rendir allá arriba. ––el hombre de avanzada edad aún no parecía satisfecho, así que Rubí ni se inmutó.
Como buen día viernes en plena temporada estival, los pasajes hacia la ciudad de Valdivia, también conocida como “La perla del sur”, se habrían agotado esa misma mañana, al menos esa fue la respuesta que recibió el muchacho en la ventanilla del rodoviario de Temuco, a quien no le quedo otra que esperar un bus proveniente desde Santiago, el cual haría un alto en la ciudad a eso de las cuatro y media de la tarde para dejar a dos pasajeros.

 Tras una hora de agónica espera, finalmente el muchacho subió acompañado de su mochila, notebook y, un kilómetro y medio de caracho, con la sangre ebulliendo sobre el punto más alto de su coronilla, Rubí se encontró arriba del transporte rumbo a su destino. El bus venía completamente repleto, allí no cabía ni un alma más, pues con suerte lo hacían los cuerpos mortales de los agotados pasajeros. Sin más remedio y con mucho trabajo, Rubí  se desplazó por el angosto pasillo en busca del asiento número veintiséis ––que obviamente y para continuar con su mala racha debía ser pasillo–– intentando no golpear las cabezas de nadie con sus pertenencias, aunque inevitablemente falló en la empresa, tal y como se lo hicieron ver dos robustas y albinas ancianas, que con gélida mirada lo destazaron al igual que a un cerdo.
Así, sofocado por el exasperante calor irradiado desde las ventanillas y el fuerte humor expelido por los cuerpos, Rubí se sintió como un desgraciado pedazo chicle derritiéndose lentamente sobre la acera, bajo una inclemente lupa de lente convexa. En extremo acalorado, apretado y sudado, el muchacho se atrevió a contestar el celular mientras finalmente se acomodaba sobre el asiento “el asunto es que vamos llenos a morir…” le habría dicho a su hermana Alejandrita, quien lo escuchaba al otro lado del auricular.

Una vez finalizado el diálogo, el muchacho no pudo evitar rememorar los comentarios de su hermana, en vano intentó no graficar la figura mental que ella había usado para explicar su situación, y aunque se obligó a no pensar más al respecto, por algún retorcido motivo, su mente proyectó de todas formas el pronunciado escote de la tía Rosa con su inmaculado y santificado sostén push–up, que impertérrito debía soportar la magnánima estructura corporal de la señora.
––¡Na! me hubieran visto a mí, primero para el terremoto del sesenta en Valdivia…––le continuó hablando el anciano mientras Rubí dejaba a un lado su pasado reciente.
––Ahí nos tuvimos que ir a vivir en unos Rucos, que eran las viviendas de emergencia en ese entonces, eran como las mediaguas de ahora, en ésas vivímos por más de cinco años ¡CINCO AÑOS! hasta que sacamos la casa por intermedio de la CORVI, después se vino el desborde del río, el famoso Riñihuaso, y después a buscar pega otra vez, todo desde cero y míreme usted, aquí estamos de lo más bien, nada de andarse matando. Por eso le digo que las personas somos como el oro…––el hombre se quitó la boina para secar el sudor de su alopécica cabeza, a Rubí sólo le importaba revisar la batería del notebook, pero el hombre no dejaba de mirarlo directamente a los ojos.
––¡No lo sabré yo que me saqué cresta y media trabajando en ese rubro por algo más de cincuenta y siete años! ––agregó enérgico el anciano, quien encontró la oportunidad perfecta para enseñarle a Rubí, sus negras y machacadas manos, quien no pudo evitar echarse para atrás cuando sus dedos se acercaron peligrosamente hacia su rostro. El contacto físico, sin duda alguna no era lo suyo.
––Entonces joven, usted me decía que su padre igual se dedica al negocio de las joyas. ¿Es vendedor o fabricante? ––preguntó el hombre, quien miró a Rubí de manera inquisitiva por sobre sus antiguos quevedos.
––Las dos cosas. ––respondió cortante el muchacho, al que no le gustaba hablar acerca de él ni mucho menos de su familia

Rubí pertenecía a uno de los conglomerados familiares de la tradición orfebre más antiguos y prestigiosos del país, resultaba ser que sus padres eran dueños de la cadena de joyerías más extensas del territorio, poseían sucursales en algunas de las principales capitales regionales, como lo era Antofagasta, la Serena, Santiago, Concepción, Temuco y Valdivia.

Cuando Ricardo Rugasso Quiñónez, recibió la parte que le correspondía de la herencia tras la muerte de su padre en 1994, jamás imaginó que edificaría un imperio con el local del cual habría sido exiliado durante su juventud. Sería bajo su administración que la joyería Rugasso de Valdivia, alcanzaría finalmente, el reconocimiento nacional que buscó su padre en vida, pero que nunca pudo obtener. Al haber aprendido el oficio de parte de su padre, pero habiendo adquirido habilidades propias de la administración, cuando éste mismo lo expulsó del taller, a Ricardo se le hizo fácil poner en práctica lo aprendido tras los aciertos y errores de los distintos talleres para los cuales él trabajó, así motivado por el hambre de una justa revancha y su propia ambición emancipadora, convirtió una tienda local en una franquicia nacional, ahora disfrutaba de las ventajas de poseer varias tiendas y empleados bajo su supervisión a lo largo y ancho del territorio. No había persona ligada al rubro que no conociera la tradición Rugasso, el no saber de ello, marcaba la diferencia entre un amateur y joyero serio.
––¡Mira tú! Es decir que hace hechuras, transformaciones y reparaciones. ––agregó el hombre escudriñando por sobre sus lentes las facciones del muchacho, quien rápidamente se incomodó.
––Así es, señor. ––respondió él, más seco que la vez anterior.

Rubí intuía que inevitablemente pronto vendría la pregunta que tanto detestaba, rápidamente aprovechó que el viejo se distrajo con un gran alboroto causado por unos niños corriendo rumbo al baño a través el pasillo, entonces miró a través de la ventanilla para ver en que punto del viaje se encontraban, después de todo no podía faltar mucho para llegar a su destino “¿Qué? ¿Aún nos encontramos en Pitrufquén? ¿No puede ser?” Para desgracia de Rubí aún hacían falta recorrer más de 131 kilómetros a través de la ruta cinco sur para llegar a la ciudad de Valdivia, el muchacho pensó no resistir la dura travesía.
––¿Cómo se llama el colega entonces? En una de ésas lo conozco, aunque yo creo que sí, pues mis años en el rubro me han obligado a viajar por todo el país. ¡Hasta de vendedor de puerta a puerta me las he dado! ––y ahí estaba la dichosa pregunta en boca del insistente anciano.
––Ricardo Rugasso. ––respondió el muchacho muy despacio y con los dientes bien apretados, a Rubí le pareció que unas blondas muchachas de los asientos contiguos lo observaban, pronto sintió un súbito ardor en las orejas como si su hermana Alejandrita le propinara unos fuertes chirlitos en ellas.
––Entonces tú debes ser el nieto de Ricardo Rugasso Spinela ¡Uy como ha pasado el tiempo! ¿Y cómo esta él? ––preguntó el anciano con evidente emoción en los ojos.
––Muerto. ––respondió el muchacho, sin si quiera arrugarse.
––¡Oh no lo sabía! ––con evidente perturbación el hombre pareció enmudecer unos instantes, una vez recuperado agregó. ––Realmente lo siento mucho, hijo mío.  
––No se preocupe, paso hace tiempo. ––dijo Rubí sin darle mayor importancia al asunto y haciendo provecho del incómodo silencio, se apresuró en abrir su notebook, lamentablemente para él, justo en el momento que lo hizo la batería se acabó.

Resignado a dos horas y media de aburrimiento ––tiempo estimado del viaje–– Rubí se enfrascó entre sus pensamientos, al parecer, de la misma forma lo habría hecho el anciano, quien tras el diálogo se mantuvo totalmente perdido entre el paisaje de la carretera. El muchacho pensó que hubiese querido ser más amable, pero de haber dado más explicaciones, el hombre habría querido indagar más acerca de su vida y él no estaba dispuesto a pagar aquel precio. Además la pareja sentada delante de ellos, ya comenzaban a lanzarle miradas inquietas.
––¿Cuánto falta mamá? ––preguntaban al unísono una parejita de hermanos varios asientos más allá, el calor y aburrimiento los mantenía aturdidos con las frentes y manos apoyadas sobre el cristal de la ventanilla ––afortunadamente para la madre–– Eran muchas las familias que viajaban a la costa escapando de lo que al parecer sería, un caluroso fin de semana.

El anciano, al cual Rubí ni si quiera le preguntó su nombre, durmió durante todo el trayecto, tiempo que el muchacho aprovechó para mirar libremente a través de la ventanilla. Algunos Álamos, Ulmos y preocupantes cantidades de Pino Oregón, salieron al encuentro de los extasiados pasajeros, quienes ante el agreste paisaje “sureño” esperaban ansiosos el surgimiento del pintoresco y arquetípico campesino Chileno. Rubí no podía dar crédito que unas cuantas vacas locas, ovinos y tierras de labranzas sobreexplotadas, pudieran entregar tanta satisfacción a unos sobrevaluados citadinos. ¿De donde se creen que vienen estos? Como si Chile careciera de sectores rurales, tan sólo porque viven en una ciudad creen que ya son de otro mundo totalmente ajeno al nuestro, parece que se han olvidado de donde salimos todos.

Cuando se encontraban a la altura de Loncoche, el bus hizo una parada el terminal de dicho lugar, allí subió una pareja de ancianas con largas trenzas y unas cajas de abarrotes, Rubí no pudo evitar  escuchar los comentarios de la pareja sentada más adelante, “mira hablan cantadito” le habría oído decir a la muchacha, mientras ésta le bajaba el volumen a su ipod para que su pololo pudiera oírla balbucear entre las grasientas papas fritas y sorbos de Coca–cola en su boca.
––¿Qué se creen estas mierdas? ––susurró Rubí intratable. Ese comentario había colmado su paciencia y la falsa imagen de serenidad que siempre intentaba proyectar. El muchacho, especialmente susceptible a los temas relacionados con la discriminación y clases sociales, tenía un espíritu dolorosamente resentido y no dejaba pasar detalles al respecto.

Iracundo, tras varios intentos y para su sorpresa, finalmente pudo reclinar su asiento hacia atrás, pero en la ejecución de dicha maniobra, por poco y aplasta a la joven de anteojos tras él, la cual no dudó en fruncir sus labios y dedicarle hostiles miradas reprobatorias, para cuando reguló la posición del asiento, su mal humor era completo, entonces, se acomodó sobre el respaldo y allí como pudo flectó las rodillas, sus largas extremidades siempre le habían resultado un problema a la hora de viajar en bus, así que las dejó dobladas como mejor encajaron bajo el asiento delantero, sin volver preocuparse por ellas. Totalmente en llamas, Rubí embutió violentamente los audífonos del arcaico mp3 en sus oídos, el muchacho pensó que la música sería lo único que lo ayudaría a no pensar mucho en lo ocurrido.
––Sin dudas para ellos debe haber sido todo un espectáculo, observar la fauna nacional hablando lenguas vernáculas ¡Ja! ––murmuró un poco más fuerte. Algunos de los pasajeros comenzaron a mirarlo.
––Si hubiese querido escuchar estupideces me habría quedado en casa, me bastaba con prender la tele tipín seis de la tarde y ver…––continuó Rubí susurrando, ahora eran las muchachas de doradas y extensas cabelleras del asiento contiguo, las que comentaban entre pequeñas risitas. El anciano junto a él roncaba a poto suelto, como vulgarmente se habría pronunciado su hermana. (continúa)





Para aquellos que quieran seguir leyendo el capítulo, pueden descargarlo de Lulu.com, o también pueden esperar a que suba lo que resta de él, en la proxima entrada :P . Siempre pueden dejar sus comentarios (la verdad agradecería por algunos comentarios, criticas, lo que sea jajaja!)

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2 comentarios:

Unknown dijo...

Felicitaciones por tu novela. Soy valdilluviano de corazón y encontré el enlace a tu blog en el perfil de facebook de la Injuv. Acto seguido, me vine a curiosear y aquí me tienes, degustando tus líneas.

Saludos desde la hermosa Valdivia.

Prof. Cristian.

Daniel Galí dijo...

¡Jajaja!! Valdilluviano,que bien, yo no tengo la suerte de haber nacido por esas tierras, pero ¡Pucha que me encantan! muchas gracias por leer la novela, espero que te entretenga en algo, después de tanto año difícil que hemos tenido, también espero pronto subir los demás capítulos a ver que ocurre, muchos saludos para allá desde acá (Temuco, je!)y cualquier cosa puedes dejar comentarios que yo estoy pendiente, chauu... ^_^!

Y otra vez, gracias por leer!

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Daniel Galí
La Araucanía, Chile
Bienvenidos sean todos, soy una joven escritora Chilena de 24 años y he creado este blog con la finalidad de presentar mis trabajos, especialmente mi primera novela publicada en Lulu.com. Titulada como "El estero de la Muerte" Siempre he pensado que todos tenemos la imperiosa necesidad de comunicarnos con otros, hacemos señales, unos dibujan o quizás pintan, otros por su parte escriben lo que piensan, algunos hablan o simplemente dejan de hacerlo, pero en cualquiera de los casos y para que la comunicación sea realmente efectiva, aquello que hemos creado debe ser compartido con los demás, porque el mundo no lo construimos solos, porque el mundo lo construimos con palabras, jamás dejemos de comunicarnos.
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