martes, 30 de noviembre de 2010

CAPÍTULO III: El mensaje.


Durante esas frescas noches de verano en Niebla era casi imposible no detenerse a observar, aunque sea por un instante, el suave bamboleo del viento entre la exuberante vegetación y las copas de los árboles presentes en las montañas del caserío, los cuales eran perfectamente iluminados por el cielo nutrido de estrellas y la impactante luna nueva de enero. Esa noche Rubí esperó que todos se encontraran dormidos en la casa, para sacar la pequeña libretita azul de la mochila que mantenía al interior del closet, ya habían transcurrido dos días desde aquel encuentro con “Mis simpatía”, como Rubí había decido apodar a la muchacha,  que de manera inesperada removió un tema que él mismo se había encargado de mantener guardado muy en el fondo de su corazón.

Florencia Quiñónez dio a luz su primer hijo con apenas catorce años en la piel, Ricardo padre de Rubí, fue el primero de cuatro hermanos nacidos a mediados de los años cincuenta en Chile. Doña Florencia había crecido en el seno de una modesta familia sureña de once hermanos, cuyas mayores proyecciones no trascendían más allá de crecer, contraer matrimonio y trabajar en alguna fabrica de vestuario o calzado, en el caso de las mujeres; los hombres en cambio tenían más opciones, pues, en caso de no poder emplearse en alguna de las fabricas o en las minas de cobre o carbón al norte del país, siempre podrían dedicarse a la pesca artesanal o industrial, si la fortuna y la mar así lo querían. En la familia de Florencia Quiñónez todas las hermanas y hermanos de mayor edad, contribuían con el cuidado y la mantención económica de los más pequeños, a excepción de aquellos hermanos mayores que ya habían contraído matrimonio y formado una nueva familia lejos del hogar.

Para cuando  Florencia cumplió trece años, ya era considerada una mujer adulta con todas las implicancias que ello correspondía, de esta forma, la joven muchacha ostentaba una vida llena de responsabilidades domésticas y laborales, pues, paralelamente se desempañaba como costurera en la fabrica de ropa “La textilera N º1 de Valdivia”. Incontadas fueron las ocasiones en las que debió sacrificar sus propios intereses para aportar económicamente a su necesitada familia, sin recibir a cambio de su trabajo, más recompensa que el ver crecer a sus hermanos sin las carencias que ella tuvo que padecer a temprana edad.

El arduo trabajo la hizo madurar de golpe sin permitirle gozar de la tierna calidez de la infancia, la cual abruptamente se vió obligada a ocultar en su interior bajo el manto de una apresurada adultez, en una edad donde lo único que se desea es descubrir los misterios y bellezas de un mundo inexplorado. A pesar de ello, en la mente de Florencia se mantuvo latente la pueril fantasía del príncipe azul, recurrentemente pensaba que al casarse se desprendería fácilmente de su ingrato estilo de vida, de este modo, apenas pudo contrajo matrimonio con un joven joyero Santiaguino sin conocerlo cabalmente, pues como solían decir “El amor llegaría con el tiempo…” el asunto era escapar de su destino.

Florencia pronto comprendió la imprudencia de sus actos, quien sin poder evitarlo, observó el prematuro desvanecimiento de sus expectativas, lo que en un principio le pareció la vía de escape más conveniente, rápidamente se convertiría en la prisión de la cual escapó. Ricardo Rugasso Spinela resultó ser un hombre comprensivo, un buen padre, pero un pésimo marido, tal y como dicen “No hay mal que por bien no venga” Fue así como Florencia se vio rescatando cada fin de semana, a un efervescente marido de entre los bares, cantinas y quintas de recreos, de la ya entonces, antigua cuidad de Valdivia. Para cuando nació Ricardo ––llamado así en honor a su progenitor–– Florencia era diestra en artes de ocultismo en cuanto a dineros se tratase, pagaba las deudas del hogar y racionalizaba los alimentos para que estos durasen más tiempo, el dinero siempre fue bien administrado en sus manos, así debía serlo, puesto que en poder de su marido el dinero fluía más rápido que las ––en ese entonces–– cristalinas aguas del Calle–Calle.

            Cuando el mayor de los hijos de doña Florencia, Ricardo, tuvo edad suficiente para comprender las andanzas de su padre, sin mayor elección se convirtió en su fiel lazarillo, él fue quien se encargó de guiarlo en innumeradas ocasiones hacia el sofá aterciopelado de su modesto pero cómodo hogar, esto sólo hasta que el hombre dejó de beber influenciado por la llegada de los primeros nietos y el marcado transcurso de los años, que dieron paso a las plateadas canas y a una prominente panza. Para cuando Rubí nació, ya no quedaban vestigios de aquel hombre que se bebía el sueldo cada fin de semana, atrás habían quedado el aroma a cigarrillos y trasnoche, finalmente la familia Rugasso–Quiñónez disfrutó de la tan anhelada armonía por un periodo de tiempo no muy prolongado.

Aparentemente, atrás y bien enterrados habían quedado los malos recuerdos de Florencia Quiñónez, quien disfrutó gozar del título de “Mamaflora”, como tiernamente habían decidido llamarla sus nietos, la única señal que su dificultoso pasado se había encargado recordarle, fueron algunas pequeñas arrugas en la frente, las cuales pasaban totalmente desapercibidas, puesto que al mirar su maduro rostro lo primero que llamaba la atención de él, era la enorme belleza de sus hermosos y profundos ojos azules; por lo demás, ella siempre procuró mostrarse segura, tranquila y feliz ante el resto, sus problemas jamás fueron de dominio público, se construyó así, la reputación de una mujer con pasado trabajador que ahora disfrutaba del bienestar económico y material producto del esfuerzo familiar.

Bien el ingrávido transcurso del tiempo, se encargaría de que los miembros de la familia olvidaran las amargas experiencias vividas en algún polvoriento e incierto rincón de la memoria familiar, eso sin olvidar las sabias enseñanzas que se obtienen una vez se han reconocido y enfrentado los propios errores que permiten mejorar la marcha, al menos así resultó para la mayoría de los hijos, no así con doña Florencia, quien muy por el contrario, no fue capaz de renunciar completamente al cúmulo de recuerdos negativos alojados en su interior, los cuales silenciosamente buscaron en su pecho, un lugar seguro y muy cerca de su corazón para echar allí, profundas raíces que con el tiempo no harían más que clavar dolorosamente sus robustas malsanas espinas, las que más tarde infectarían su forma de percibir el mundo, y ciertamente, su forma de actuar y vivir junto a los demás. 

Las heridas nunca sanaron del todo y el dolor dió paso al resentimiento que sólo supo esconder tras su falsa imagen de mujer poderosa y feliz, de esta forma, la estabilidad económica y las posesiones materiales, le entregaron gran alivio y seguridad a su alma, por lo menos así lo entendería su hijo Ricardo, quien se enfrentó por primera vez contra el pensamiento materialista de su madre, al intentar contraer matrimonio con una hermosa mujer Temucana que entre sus posesiones más valiosas no guardaba más que honestidad y el amor sincero de los primeros años de su vida.

––¡Arribista! ––dijo Rubí, mientras una lágrima rodaba sobre la maltratada libreta azul, el muchacho la había sostenido entre sus manos durante un buen rato con la intención de abrirla, pero sin poder hacerlo, en cambio, se había dedicado a jugar con uno de sus bordes hasta conseguir respingar cada una de sus amarillentas hojas.

Rubí aún no reunía el coraje suficiente para leer lo que fuera que estuviera escrito allí dentro. De pronto, la puerta ubicada tras él comenzó a vibrar, el piso de antiquísima madera se las arreglaba para no rechinar a gritos, el muchacho giró lentamente la cabeza para mirar de reojo hacia el cerrojo de la puerta, no le gustaba que lo sorprendieran extraños ruidos salidos de quien sabe donde, él era una persona que se asumía en extremo temerosa y el estar durmiendo en la casa de sus difuntos abuelos no le hacia ni una sola pizca de gracia. Agudizó el oído esperando escuchar más allá de las paredes y sin darse cuenta ya se había puesto de pie, ahora estaba junto al escritorio del cual había tomado sin percatarse la añeja Biblia de su abuela, y aunque para Rubí la existencia de Dios era un hecho cuestionable, no dudó en aferrarla contra su pecho.

Fueron pocos pero intensos los segundos en los que el muchacho se mantuvo inmóvil de igual forma lo haría un gato crispándose frente a su eterno antagonista canino. Conteniendo el aliento permaneció en silencio junto al ropero, mientras tanto y sin dejar de observar la pequeña habitación, buscó a tientas la lamparita alógena sobre el velador de mimbre, aunque dicha acción resultaba ser absolutamente innecesaria, puesto que la luz de la habitación llevaba encendida un buen rato, aún así, Rubí sintió que igualmente debía realizarla. Para cuando al fin tomó entre sus manos la pequeña lámpara, eso después de haber tirado varios libros y revolver las cosas sobre el escritorio, se sintió lo bastante seguro como para explorar el lugar, entonces giró bruscamente sobre sus talones esperando encontrar el origen de los extraños sonidos, pero tal fue su sorpresa cuando lo único que encontró fue su propia imagen reflejada en el espejo junto al ropero de Raulí tallado con motivos silvestres.
––¡Qué estúpido soy! Sólo se trata de mi reflejo en el jodido espejo.  ––dijo el muchacho con una sonrisa entre los labios y sintiéndose absolutamente ridículo, caminó en dirección al escritorio para ordenar el caos que habían provocado sus bruscos movimientos en la habitación.

Mientras organizaba algunos de sus libros le pareció oír crujir el piso de la vieja casa nuevamente, era como si alguien caminara muy cerca suyo y aunque instintivamente su primera reacción fue mirar hacia atrás, Rubí se contuvo al pensar que sólo se trataba de su imaginación, luego de convencerse rió para sí mismo, claro que ésta vez el asunto no le causaba tanta gracia. El piso volvió crujir una vez más, a Rubí no le quedó otra opción más que girar lentamente su cabeza en dirección a la puerta de entrada, para cuando pudo mirar por encima de su hombro quedó boquiabierto, una figura humana se emplazaba justo tras él, asustado cerró los ojos y gritó.
––¡Ah, concha tu m…!  ––temeroso, Rubí abrió sus ojos para encontrarse de frente con la pálida expresión de una risueña muchacha.
––¡AHAAAAAA…! ¿Te asusté ñoño? ¿Si…no?, ¿Qué estabas leyendo? ¿Es eso una Biblia? ––una sonora y graciosa carcajada hizo eco en la pequeña habitación.
––¿Perla?¿Qué pa…? ¿Qué pasa? ––dijo Rubí finalmente.
––¿Cuándo llegaste? ––agregó de inmediato intentando hablar como si nada hubiese pasado.

Perla era la típica hermana menor que en ocasiones resulta bastante molesta para todo hermano mayor. Ella era de esas personas alegre sin razón, ágiles de mente como sólo suelen serlo las nuevas generaciones,  y siempre tratando de animar al resto, aunque Rubí mostraba rechazo ante sus bromas y burlas ––pues generalmente él era el centro de ellas–– reconocía que su presencia le era casi siempre grata y amena, aunque jamás lo expresaba públicamente.

En algunas ocasiones, Rubí llegaba a pensar que  lo que realmente le gustaba de su hermana, era precisamente aquella porción de su propia personalidad que por alguna razón no podía exteriorizar, y eso le  causaba gran molestia, pues, consideraba egoísta de su parte querer a una persona sólo por que ésta posee una cualidad que uno desea para su sí mismo, y eso era lo menos que quería sentir hacia su hermana menor, al contrarío, hacia una persona especial como ella, Rubí pensaba que se debía sentir amor real, ese que uno no puede explicar de donde y porque razón se origina. En el caso que el amor existiera, claro está.
––¿Puedes esperar un minuto? Si hubieras visto la carita que pusiste, tenias los ojos blancos como huevos, parecía que estabas en el baño haciendo caca. ––Perla se sostuvo la boca del estomago con fuerza, su risa inundó la habitación, Rubí no hizo más que contagiarse y juntos rieron sin explicación.

Cuando ambos estuvieron repuestos reanudaron la conversación, la muchacha fue quien comenzó.
––Llegue recién, el bus desde Temuco hizo un montón de paradas, así que tengo todo el poto cuadrado ¿Oye y tú en que estabas? ––dijo Perla. El muchacho pensó que su hermana estaba cada día más deslenguada, seguramente influenciada por Alejandrita, quien Rubí pensó, sería el peor referente con el que pudiera contar una adolescente.
––Ya me preparaba para dormir, sabes que soy fome y me acuesto con las gallinas. ––Rubí inventó rápidamente. El muchacho de ojos miel esbozó una falsa sonrisa mientras su mirada triste se perdía entre las inmóviles caras de las muñecas de porcelana, perfectamente ordenadas sobre la repisa junto al velador.
––Mmm… todos estamos algo así. ––dijo Perla, quien se apresuró a tomar entre sus manos un pequeño librito azul que estaba sobre la cama.
––Creo que la muerte de la Mamaflora nos ha afectado a todos, incluso a ti que te muestras tan compuesto frente a todos. ––Rubí sintió que le prendían fuego a sus mejillas al verse descubierto en su mentira, así que decidió mirar hacia el suelo como buscando alguna moneda que no supo en que minuto cayó por allí.
––Se que le guardabas rencor, pero siempre debes tener presente que  a veces y sólo a veces, simplemente queremos a las personas sin explicación alguna, creo que eso es amor, perdonas incluso lo que no deberías, como burlándote de la razón que se ha encargado de guiarte concientemente por tanto tiempo. Yo pienso que una vida no es tiempo suficiente para aprender lo necesario, siempre seremos ignorantes, podremos aprender sobre muchas cosas, pero en porciones demasiado pequeñas para mi gusto y si se trata de amor, creo que la eternidad no es suficiente para tratar de entender ¿Me entiendes? O algo así fue lo que me explicó la Ale. ––concluyó la muchacha refiriéndose a la hermana mayor de ambos muchachos.

Rubí odiaba que su hermana menor le dijera lo que él supuestamente ya debería saber,  pero también agradeció que ella fuera capaz de ordenar sus ideas en ese momento.
––Sí, pero tú mejor que nadie sabe todo lo que sufrió el papá con todo el problema del Papá Ricardo cuando estuvo enfermo, ella fue siempre mala y egoísta. ––ambos hermanos callaron de pronto, se miraron un instante en silencio, pero cada cual guardó su pensamientos respecto al otro hasta que Perla rompió el silencio, situación que no pareció incomodarle al discreto muchacho.
––No te hace bien, debes aprender a perdonar, es poco el tiempo que vivímos como para perderlo en hechos pasados ¡Lo pasado pisado, ja! ––concluyó alegre la trigueña.

Apoyándose en una de las piernas de su hermano, Perla  tomó impulso para ponerse de pie, pues durante la conversación ambos hermanos habían tomado asiento sobre la cama perfectamente cubierta del acolchado blanco bordado por su tía Azucena, en tiempos que ambos jóvenes eran tan sólo unos  bebes.
––¡Ya! mejor duerme, nos vemos mañana. ––de pronto la figura de la delgada joven se detuvo junto al dintel de la puerta, desde la cama Rubí la observó dubitativo, ella lo también lo hizo tras dejar de jugar con las hojas de un pequeño librito azul, sin percatarse sus nerviosos dedos fueron a dar con una página totalmente vacía, a excepción de un pequeño escrito apretado al final de la amarillenta hoja:
“Lo siento, nunca pensé hacerte daño mi querido barrabas…

Y más abajo, casi al terminar la pagina, allí justo en el punto en cual ésta comenzaba a curvarse:
…Y acuérdate que hoy en la noche te vengo a tirar las patas.”

––Rubí tienes que leer esto. ––dijo Perla sorprendida.

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Daniel Galí
La Araucanía, Chile
Bienvenidos sean todos, soy una joven escritora Chilena de 24 años y he creado este blog con la finalidad de presentar mis trabajos, especialmente mi primera novela publicada en Lulu.com. Titulada como "El estero de la Muerte" Siempre he pensado que todos tenemos la imperiosa necesidad de comunicarnos con otros, hacemos señales, unos dibujan o quizás pintan, otros por su parte escriben lo que piensan, algunos hablan o simplemente dejan de hacerlo, pero en cualquiera de los casos y para que la comunicación sea realmente efectiva, aquello que hemos creado debe ser compartido con los demás, porque el mundo no lo construimos solos, porque el mundo lo construimos con palabras, jamás dejemos de comunicarnos.
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