sábado, 27 de noviembre de 2010

CAPÍTULO VIII: Como el cristal en agua de mar.

¡¿Cómo no me dí cuenta antes?! Se repetía una y otra vez el apenado muchacho, mientras golpeaba su frente con una mano después de haber cerrado la puerta de la habitación.

Sin pensarlo Rubí caminó por el pasillo que lo conduciría hacia la salida“¡Que asco!” murmuraba mientras caminaba por el estrecho lugar; la verdad es que a Rubí no le pareció tan largo y oscuro la última vez que transitó por él, es más, no recordaba haberlo recorrido jamás, ni mucho menos haber entrado al pequeño salón por aquella ruta, para mal de males, no habían ventanas por las cuales hiciera ingreso algún diminuto rayo solar, tampoco encontró un interruptor para encender la luz y así mejorar su escasa visibilidad.

Pronto Rubí comprobaría el resurgimiento de antiguos temores infantiles que ya creía superados, inmerso en la oscuridad, su corazón comenzó a latir con mayor intensidad de lo acostumbrado, en vano trató de oír las voces de los muchachos hablando desde el salón y aunque se sintió impulsado a regresar, jamás se permitiría tal humillación, entrar al salón admitiendo su derrota con un“¡Hola me perdí!” sería la guinda que le faltaba a su desabrida torta.

Con el rápido transcurso de los pasos, los latidos se hicieron intensos, estos se agolparon a la altura su garganta impacientes por salir huyendo de su cuerpo, pero sin poder hacerlo, entonces, sus pasos se volvieron aún más rápidos y largos, de pronto y sin desearlo ––al menos no conscientemente–– se vió corriendo a través del pasillo, entonces cerró los ojos y comenzó a jadear con la boca absolutamente seca; era definitivo, Rubí estaba aterrado, la oscuridad lo invadió por dentro y por fuera, se sintió absorbido, vulnerado, totalmente enajenado, recordó aquellas antiguas sensaciones infantiles que tanto dolor le habían causado de niño y que al parecer aún no lograba superar, de pronto y en un momento de lucidez relámpago, el muchacho se detuvo en medio de la oscuridad, pensó entonces lo ridículo que se veía corriendo a su edad y ¡Por miedo a la oscuridad! en ese preciso momento decidió abrir los ojos, pensando que su mente le jugaba una mala pasada y que vería la salida al final del pasillo donde siempre hubo de estar; todo estuvo en silencio por unos instantes, pero pronto Rubí desesperó, aún continuaba sin ver absolutamente nada, con los ojos más abiertos que de costumbre, se vio tentado a rezar varias veces, pero recordó que ya hace mucho había dejado de creer en Dios y prefirió ser consecuente al menos con esa idea. Sin nada más que hacer comenzó a llorar lenta y angustiosamente.

Rubí se mantuvo quieto y desorientado por unos minutos, el silencio había comenzado a sonar como un pito dentro su oído, pensó que si Perla hubiese estado presente le habría dicho algo como: “uh... escuché a la muerte”, entonces sin pensarlo dió unos pasos atrás para volver al salón junto a su hermana, pero tristemente se percató que en aquel lugar no había escapatoria, entonces la desesperación lo invadió nuevamente, ahora se sintió observado, forzó la vista para intentar reconocer alguna silueta entre la oscuridad, la sensación de ser tocado por múltiples manos lo hizo correr desesperadamente, hasta que ocurrió lo impensable, de la nada, una tenue ranura de luz blanca comenzó expandirse al costado de una de las paredes, Rubí corrió aliviado, eso sin dejar de tocar con sus manos la dichosa pared en caso de que ésta decidiera salir huyendo sin consultárselo, sólo cuando estuvo lo suficientemente cerca de aquella luz pudo percatarse que se trataba de una puerta entreabierta y sin pensarlo dos veces la abrió completamente, mayor fue su sobresalto al ver la figura de una pequeña niña parada al otro lado.

––¡Mierda! ––gritó Rubí despavorido, la niña abrió la boca completamente asombrada al escuchar semejante palabrota, pero a diferencia del muchacho ésta no parecía asustada.
            ––¿Qué haces aquí? ¿También te estás escondiendo? ¡VEN CONMIGO! ¡VAMOS, VAMOS…ENTRA! ––la pequeña niña había comenzado a gritar y dar brincos de felicidad, su melena ondulada oscilaba de un lado para otro, mientras sus ojos infantiles reían mágica y contagiosamente, Rubí sintió un aire cálido que rápidamente lo envolvió, haciéndole olvidar los momentos de terror vividos hace poco rato atrás y sin reparos entró en la iluminada habitación.
            ––Soy Coral, pero todos me llaman Coralito ¿Cierto que es lindo mi nombre? ¿Oye, pero que hacías en el pasillo? ¿Acaso no sabes que no puedes andar solo por el pasillo sin perderte? ––Rubí quedo boquiabierto ¿De que rayos le estaba hablando esta dulce niñita?
––Bueno, yo si puedo, pero es porque tengo una súper técnica, ¿Quieres que te la enseñe…? Mira es muy fá… ––pero la pequeña niña no pudo terminar la idea, pues abruptamente fue interrumpida por Rubí, quién ya se había recuperado y no dejó de disparar sus inquietudes hacia la pequeña.
            ––¿Qué haces aquí sola? ¡No, espera! ¿Cómo se enciende la luz del pasillo? ¿Cómo puedo salir de esta maldita casa? ¡RESPONDE, que no es un juego niña!  

Rubí se sorprendió al reconocer el tono de su propia voz, pero no podía evitarlo, lo único que quería era salir corriendo de ese lugar y así poder analizar con calma todo lo sucedido, pues bien sabía que debía existir alguna explicación racional para todo aquello. La pequeña niña lo miró con ojos suspicaces.
––Entonces, tú… ¡Tú, estás perdido! ¿Cómo saldrás de aquí? ¡Nadie a salido nunca por ese pasillo! Bueno… la gente entra, pero no sale. ––rió juguetona. ––No que yo sepa.

Ante tal aseveración el rostro de Rubí se desconfiguró totalmente, al notar esto, la pequeña Coral intentó esconder su evidente emoción entre muecas, pero claramente sus ojos no dejaban de irradiar la alegría que le generaba la sola idea de verse acompañada por este nuevo “amiguito”.

Rubí contempló la habitación en absoluto silencio, allí de pie junto a una desconocida niñita, pensaba en dos alternativas, la primera, obtener del aire una vaga idea para recordar el camino y salir de ese lugar sin ayuda de nadie, o en su defecto, y claramente su alternativa predilecta fuente de todas sus esperanzas, que todo se tratase de un “muy” absurdo y mal  sueño, pero bien sabía, que cuando las personas no eran capaces de asumir la debida responsabilidad frente a las situaciones y sus actos, invadidos por la desesperación evaden la realidad pensando que sólo se trata de una fantasía, cuando justamente se trata de todo lo contrario.
En realidad, desde hace algún tiempo Rubí mantenía latente en su cabeza, una tercera vía de escapatoria para todos sus problemas, claro que su ejecución resultaba ser en extremo definitiva e irrevocable, así que prefería agotar las otras dos alternativas, antes de considerar ésta última.

No había tenido tiempo en observar detenidamente el lugar, pero al parecer allí no había señal de ventanas ni mucho menos de alguna puerta, en su mente una pequeña, pero aguda vocecilla intentaba formular una pregunta a la cual él obviamente se resistía “¿Y donde están las puertas?” ––se preguntó al fin–– inmediatamente volteó para comprobar sus sospechas, la puerta por la cual había ingresado a la habitación ya no se encontraba allí.
––¡Ah! ¿Qué pasó con la pu…pu… puerta? ¿Dónde se fue? ––gritó descontrolado.
––Resulta que no hay puertas en este lugar. ––Coral se mordía los labios para evitar reír.
––¿Y qué es este lugar? ¡Ya dímelo! ––vociferó Rubí, otra vez fuera de sí.

Evidentemente asustada por la reacción del desesperado muchacho, la pequeña se apresuró en responder con los ojitos llenitos de lágrimas y con ambas manitas tomadas a la altura de su pecho.
            ––Yo no recuerdo nada, sólo sé que cada vez que el reloj toca 172.800 “alientos” aparece una lana roja que indica la salida a través del pasillo ––Rubí esperó atento y por más que agudizó el oído, el muchacho fue incapaz de oír algo que se asemejara al “tic–tac” de un reloj ¿Reloj? ¿A qué reloj se refería Rosal, manglar o como se llámase la mocosa esa?” Rubí no lograba dar crédito a las palabras de la pequeña Coral, apresuradamente buscó entre las paredes del lugar algún reloj, pero por más que intentó no fue capaz de hallar nada.
––¡Ahí está! ¡MIRALO, MIRALO, ES EL RELOJ! ––gritó la pequeña Coral, saltando alegremente alrededor de Rubí, mientras indicaba con su mamo un punto fijo sobre la inmaculada pared.

Al muchacho le costó trabajo, pero al fin fue capaz de verlo,  era casi imperceptible, pero ciertamente allí estaba, impecablemente radiante parecía ser un reloj alemán a cuerda, sólo que no tenía péndulo, números, punteros, ni mucho menos segundero; se trataba de una pequeña casita tallada en ágata blanca, tenía ventanitas e incluso un pequeño balconcillo del cual ––según Rubí–– se asomaría en cualquier momento un pequeño pajarillo  cantando “cucú”.

––¡Cierto que es lindísimo! ––gritó chillonamente Coral quien sin poder contenerse tomó inesperadamente la mano de Rubí.
––Si, si… ––respondió el incrédulo muchacho, quien automáticamente se acercó al reloj para examinarlo mejor, cuando estuvo muy cerca de él, se percató que en su centro tenía una piedra ––a juicio de Rubí–– “bastante” considerable.
––Esto parece ser… ¡No lo creo! ¡Ja, me estay tonteando! Es un diamante ¿Dime pequeña, sabes lo que es un diamante?
––No poropó. ––respondió velozmente ésta. 
––¿Qué es? ––agregó.
––Es una piedra muy costosa y es tan resistente que podrías cortar el cristal si así lo quisieras, aún así, ésta se mantendría inalterablemente perfecta ¿Puedes ver sus cortes? Es transparente y cuando la luz blanca atraviesa la gema, ésta destella colores bellísimos ¿Los puedes ver? ––explicó Rubí a la niña.
––¡Sí, que lindo! ––la pequeña abrió su boca para tomar una bocanada de aire.
––¡SABES MUCHÍSIMO! ––dijo ésta dando saltitos e intentando en vano colgarse del cuello del muchacho.
––¿Ah Si?  ¿Y por qué me gritas? ––le dijo Rubí a Coral con voz chillona y alegre,  luego le guiño el ojo y la pequeña morocha le sonrió.
––Em… como este reloj no tiene manecillas, lo más seguro es que deba guiarme por los tic–tac que precisamente no oigo ¿Tú los puedes oír? ––preguntó Rubí.
––Sí te refieres a los “alientos”, esos suenan a cada momento, pero si cuentas 120 de estos podrás escuchar “UN GRAN SOPLIDO” ––dijo Coral  aún tomando al muchacho de la mano, Rubí  no tuvo que esperar mucho, pronto notó la diferencia, el primer “aliento” se escuchó como un diminuto suspiro, así también todos los que le sucedieron, la diferencia se notaría al sonar el número 120, como efectivamente predijo la pequeña niña, algo parecido a un gran soplo resonó en el aire, parecía una fuerte exhalación.
––¡Escuchaste! ¡Ese, ese es un gran soplido! ––dijo la pequeña niña aplaudiendo y saltando antes de ser interrumpida por Rubí.
––¿Y cuántos de estos soplidos haz contado hoy? ––preguntó impaciente el muchacho.
––Hasta que tu apareciste había contado 87.956 ¿Por qué? ¿Ya te quieres ir? ––hizo un puchero la niñita. Pero el muchacho no le prestó atención a lo último dicho por la pequeña.

Rubí permaneció en silencio mientras esperaba que transcurriera el tiempo, entonces decidió sentarse en “algún lugar” de la extensa habitación, mientras tanto Coral narraba jocosas anécdotas sin parar, obviamente el muchacho no le prestaba atención, pues se encontraba sumamente concentrado contabilizando los dichosos “alientos” que a su juicio no eran más que soplidos o un tipo de respiración muy tenue.

 Cada vez que su postura corporal se tornaba rígida estiraba las piernas e intentaba relajar la mandíbula, mientras se mantenía concentrado contando “los segundos”, de vez en cuando muy a lo lejos escuchaba una vocecilla chillona hablando sobre un “Colorín” que era muy hábil para esto y para aquello, nuevamente no le presto la mayor importancia, hasta que de pronto, un ruido proveniente del supuesto reloj lo alertó, del pequeño balconcito de éste, salió una minúsculas figura que a simple vista parecía ser un gato, tenía sus ojos felinos bien abiertos, su cuerpo y cola se encontraban totalmente rígidos, como si hubiese sido sorprendido lamiendo mantequilla sobre alguna mesa. Rubí lo observó, y por un instante pasó por su cabeza la loca idea de ser observado por el pequeño minino también, se preguntó si su propio rostro también lucia así de asombrado.

            ––“Miauu” ––maulló la minúscula figura del gato, luego retrocedió por el mismo balconcito donde apareció, Rubí observó sus ojos blancos por última vez antes que se perdieran tras la puertecita del reloj.
––Y eso, si bien supongo, indica que se ha cumplido una hora ¿Sabes qué hora es pequeña? ––dijo Rubí con una voz dulce evidentemente fingida.
––Son las cuatro ¡No! Son las cinco de la tarde ¡Eso sí! ––Coral rió nerviosa tras corregir lo dicho.

Después de eso nadie habló, Rubí ni si quiera se molestó en consultar a Coral porqué en lugar de un canario o algún pájaro por el estilo, salió del dichoso reloj un gato con ojos de huevo frito, él sabia muy bien, que tanto la pregunta como la respuesta carecían de lógica alguna, por lo tanto se ahorró el esfuerzo de verbalizar aquellas palabras y comenzó a contar inmediatamente los supuestos segundos. Cuando según Rubí ya habían transcurridos unos 3.600 segundos, es decir, un hora, se acercó al reloj para ver salir una vez más al gato maullando, pero inesperadamente para el muchacho éste jamás apareció.
––¿Qué pasa, por qué no sale el dichoso gato? DIME, DIME… ¿POR QUÉ? ¡SI YA CONTÉ CADA JODIDO SEGUNDO QUE CORRESPONDEN A UNA HORA, RESPONDE…!! ––gritó el iracundo muchacho.
––¡GUAAAAAAA! ––Coral se hecho a llorar de rodillas en el suelo y con sus manitas cubrió su enrojecido rostro lleno de lagrimas, mientras movía su cabeza de lado a lado.

Rubí de píe en la habitación y sin saber exactamente que hacer, se echó las manos a los bolsillos del pantalón y con una expresión de angustia en el rostro miró alrededor, obviamente allí no había nadie que pudiese ayudarlo a tranquilizar a la pequeña niña, ciertamente él no tenía mucho tacto con la gente pequeña, más bien todo lo contrarío, le resultaba fácil espantarlos, nunca había entendido el concepto “¡Que lindo el bebé!” siempre había pensado que los niños eran una responsabilidad demasiado grande como por que el simple hecho de considerárseles “lindos” se aminorara la carga de cuidarlos hasta que estos alcanzaran cierta madurez ––si es que alguna vez la obtenían–– y se pudieran valerse por sus propios medios.

Sintiéndose culpable, Rubí se acomodó el cabello, tomó aire y se sentó frente a Coral, tranquilamente revisó uno de los bolsillos de su pantalón  y sacó de allí un llavero.
––¡Uy! ¿Cómo se me pudo olvidar? ––dijo rubí lo suficientemente fuerte como para que Coral lo oyera.
––He traído todo el tiempo conmigo el cristal de la suerte ¡Uf! De haberlo sabido antes no me habría preocupado tanto. ––dijo sin mayor asombro.
––¿De la suerte dijiste? ––Coral  miró entre sus dedos y preguntó con evidente curiosidad. Rubí sonrió triunfante.
––¡Pero que buen oído tienes!  ––dijo  fingiendo asombro también.
––¿Aún no te he contado la historia de este cristal? Bueno, resulta que tiene asombrosos poderes mágicos, trae muchísima suerte a quien lo posee, yo por ejemplo, siempre consigo obtener buenas calificaciones en los exámenes finales con tan sólo llevarlo en mi bolsillo. ––dijo Rubí con absoluta convicción.
––¡Y sin haber estudiado! ––agregó Rubí finalmente guiñando uno de sus ojos.

Coral sorprendida por la historia, cubrió su boca con ambas manos sin poder dar crédito al discurso del distinguido muchacho, las lágrimas en sus ojos ya se habían secado, Rubí miró a la pequeña niña directamente a los ojos, mientras movía el llavero como si fuera un ovillo de lana y ella un gatito esperando el momento oportuno para jugar con él. Obtenida la atención que Rubí esperaba, el muchacho prosiguió con su relato.
––¿Acaso sabes quienes pueden poseer éste precioso cristal? ––Coral movió la cabeza en forma negativa.
––Pues es posible hallar la respuesta en el mismo lugar en el cual se originó la pregunta, mira atentamente este cristal ––Rubí hizo una señal con su cabeza indicando el pedazo de vidrio en su mano.
––Como puedes ver, es absolutamente transparente y eso es obvio porque se trata de un fragmento de lo que alguna vez fue una bella botella de vidrio, pero una vez cumplido el cometido para la cual fue creada, su dueño, considerándola sin uso y valor la arrojó a la playa, lugar donde se quebró dando origen a múltiples fracciones que se perdieron en el océano. ––Rubí guardó silencio esperando alguna reacción de Coral, aunque sabía perfectamente que  la pequeña se encontraba totalmente absorta en la narración y que no intervendría hasta escuchar la historia completa, el muchacho disfrutó del momento, guardó silencio unos segundos más, para generar el suspenso que requería el relato, sólo cuando se sintió satisfecho prosiguió.
––De aquellos fragmentos, sólo consiguió ser rescatado de la arena aquel que haciendo caso omiso a los designios del destino, modelo y pulió sus propiedades originales para transformarse en un objeto de mayor valor y digno de admiración, si prestas atención te podrás percatar que a pesar del severo trato brindado por las insaciables olas del océano, este diminuto cristal, esperó paciente por alguien que notará su transformación y lo rescatara debido al estoico esfuerzo que tuvo que hacer éste para enfrentarse a las olas.
Así como el cristal, las personas debemos aprender a modelar nuestro espíritu en base a la voluntad, ser pacientes, nunca perder la confianza en nosotros mismos, aprovechar las dificultades que el entorno nos presenta hoy, para pulir las aristas de nuestra identidad producidas por los quiebres del pasado, eso debemos aprender del cristal y así como él, dejarnos bañar por el agua de mar, pero sin permitir que éste nos lleve sin rumbo hacia el fondo marino donde no queremos estar, sino que resistir una y otra vez si es necesario, lo suficientemente cerca de la orilla, lugar donde el observador en busca de tesoros invaluables espera encontrar un objeto de tal belleza que sea merecedor de toda la admiración.
––Respóndeme Coral. ––anunció Rubí a la entonces atenta niña.
––¿De qué color es este cristal? ––dijo.
––No tiene color, es ¡Transparente! ––dijo firmemente la niña con su vocecita.
––Muy bien, ahora tómalo entre tus manos y dime que sientes ––Rubí le pasó el pequeño cristal a Coral, mientras él comenzaba a desatarse el cordón de una de sus zapatillas.
––Es un poco áspero, aún tiene aristas, creo que le falta ser pulido por las olas y la arena ¡A ya sé, hay que tirarlo al mar otra vez! ––dicho esto Coral se puso de pie, pero Rubí inmediatamente la tranquilizó.
––No, pero casi. ––él muchacho tomó una vez más el cristal entre sus manos para pasar a través de un orificio el cordón que recientemente había quitado de su zapatilla.
––Este cristal lo recogí en la playa chica ¡Sí, aquí en Niebla! Ciertamente, aún no ha sido totalmente pulido por las fuerzas de la fricción, pero sin embargo, cuando yo lo vi por primera vez, recordé esta historia y pensé: “¡Que belleza! a pesar de ser constantemente golpeado por las olas, este pedacito de cristal aún conserva su transparencia original” verás, cuando los cristales comienzan a ser pulidos por las olas que revientan en la orilla, poco a poco se tornan suaves, pero pierden algo de transparencia, se vuelven algo opacos, modifican uno de sus atributos en busca de uno mucho mayor.
––Lo que quiero decir. ––agregó Rubí al notar la expresión de confusión en el rostro de la pequeña Coral.
––Es que siempre en la búsqueda de un bien mayor, debemos dar algo a cambio, pero sin importar el costo, debemos intentar conservar nuestro propio brillo y transparencia, pues de otra forma, nada habrá servido los esfuerzos para transformarnos en algo superior. ––dicho esto, Rubí amarró al cuello de Coral el trozo de cristal pendiendo del negro cordón, que minutos antes permanecía perfectamente atado a una de sus zapatillas.
––¿Me lo das? ––preguntó incrédula la pequeña niña mientras frotaba la pieza entre sus manos.
––Si, irreversiblemente el cristal… ––Rubí dio un tono solemne y grave a su voz.
––“TE HA ESCOGIDO” Tú eres como ese cristal, transparente, te esfuerzas por simpatizar con un desconocido, sonriendo y por supuesto, brillando ––Rubí acomodó tiernamente el ondulado cabello oscuro de la pequeña, la miró con ternura para luego perderse nuevamente en sus pensamientos. El muchacho comenzó a caminar en círculos por la habitación sin dejar de pensar.

––¡Soy el mejor, ja! Podría haber usado la analogía del pájaro que vuela del nido hacia lo desconocido, la semilla que crece entre los espinos ¡No, esa no! demasiado em... bíblica para mi gusto, bueno, al parecer le agradó ese cuento ¿Habrá entendido alguna cosa? ––Rubí fue interrumpido entre sus balbuceos, sintió que un tibio calor lo envolvía, Coral lo había abrazado por la cintura sin que él se percatase.
––Te dije que los “alientos” duran ciento veinte golpecitos y mi mamita me enseñó que un minuto tiene sesenta segundos… y los “alientos” no son segundos, no lo son. ––dijo la niña.

De pronto el cerebro de Rubí proceso los números a todo galope “¿Cómo pude ser tan estúpido?” ––pensó–– la pequeña niña lo dijo todo el tiempo, “ciento veinte toquecitos” corresponden a lo que yo designaría cómodos minutos ¡Ciento veinte segundos! Entonces, un “aliento” corresponden a dos minutos “normales”, por así llamarlos,  por lo tanto, si una hora “normal” posee sesenta minutos, 3.600 segundos, una hora en este poseído lugar tiene el doble de segundos, ó sea  7.200 segundos por hora “normal”.

 Rubí por fin había resuelto el enigma, rápidamente se apresuró en ordenar sus ideas para transformarlas en palabras.
––Entonces, si partimos de la idea que un día “normal” posee veinticuatro horas, 1.440 minutos, 86.400 segundos; finalmente podemos afirmar que un día aquí tiene 172.800 segundos, es decir, 172.800 “alientos” ¡Tenías razón Coral! ––concluyó  exhausto Rubí.
––¡ESO! ––movió afirmativamente la cabeza ondulada la pequeña niña, mientras tomaba asiento en el suelo para contemplar una vez más su nuevo colgante.
––Espera, tú me dijiste que cuando yo llegué aquí llevabas contabilizados unos 87.956 “alientos” ¿O eran “soplidos”?  ––miró hacia el suelo desesperado.
––Eso te quería decir, eran 87.956 “alientos” ––Rubí nuevamente se volvió hacia sus pensamientos, puso uno de sus dedos sobre sus labios y señaló.
––Lo cual quiere decir que eran más de 86 mil segundos, eso corresponde a un día “normal” de 24 horas, entonces debo esperar otros 86 mil  y pico segundos más para poder salir de aquí siguiendo la dichosa lana roja. ––de pronto Rubí estalló en risas sin poder contenerse.

Nuevamente en silencio, el muchacho esperó que “el gato saliera a maullar”, cuando esto ocurrió, se concentró para contar nuevamente, después de 7.200 “alientos”, 120 “grandes alientos”, es decir, 3.600 segundos, 60 minutos de una hora “normal”; después de eso, finalmente salió el gato a maullar tal y como el muchacho había calculado, todo cuadraba ahora sólo debía esperar.

Pero a Rubí no le resultó nada fácil concentrarse, cada vez que intentaba contabilizar el transcurso del tiempo, la pequeña Coral comenzaba a narrar nuevamente las hazañas de su amado “Colorín”, a esto se sumó la lucha contra el mal de los parpados pesados, Rubí se encontraba exhausto y poco a poco el sueño lo invadía, sin embargo debía continuar, no podía permanecer sin hacer nada al respecto, así que con mucho esfuerzo y muy poco ánimo, continuó con su tarea recostado sobre el inmaculado suelo.

Cuando ya habrían transcurrido nueve horas “anormalísimas” desde que Rubí había comenzado con los dichosos “silbidos”, “alientos” o como se llamasen; el muchacho de pulcros modales pronto notaría los efectos producidos por la ausencia de alimentos en su cuerpo, se preguntaba sí su tía y hermana lo estarían buscando, de seguro estarían  preocupadísimas por él. El transcurso del tiempo en la habitación era demasiado lento, Rubí había confiado ciegamente en las palabras de su nueva e infantil amistad, pero nada  aseguraba que pudiera volver a salir de ese extrañísimo lugar ¿Qué haría entonces? ¿Cómo se las arreglaría? No tenía respuestas para estas preguntas, ahora, su cerebro latía ardiente en su cabeza, había quemado los últimos cartuchos de energía para resolver el enigma del reloj “Miau-Miau” y no quería rascarse el coco ni un segundo más o la medida de tiempo que fuera.

La dulce y pequeña voz de Coral, quien yacía tendida en el suelo junto a Rubí, se fue alejando cada vez más y con ella las asombrosas hazañas del famoso “Colorín”, el muchacho sintió que su cuerpo se perdía en la anchura de la habitación, alejándose sutilmente de todo, allí en el suelo con las manos tras la nuca, pronto olvido la loca carrera por contabilizar el tiempo, la luz de la habitación fue atenuándose a tal punto que sólo quedaron la oscuridad, soplidos y exhalaciones de algún lugar.

Todos los extraños sonidos de la habitación retumbaban en las sienes de Rubí, poco a poco sintió fluir por ambos costados de su cráneo una especie de vapor tibio, él lo percibió como un tibio fluido rojo que sutilmente se precipitaba por la ahora oscura habitación, allí tirado y con los ojos cerrados, le resultó agradable la idea de dejar manar el contenido de su mente, para así olvidar los últimos acontecimientos del día. El muchacho sintió que flotaba por la habitación acunado por un extraño líquido que lo conducía cual bebé en su moisés, en varias ocasiones intentó abrir los ojos para observar la forma de aquello que se escapaba de su cabeza, pero le fue imposible, pasado un rato intentó nuevamente pero obtuvo el mismo resultado; todo era un mar de sensaciones y no pudo mover los parpados ni un solo milímetro, a oscuras y súbitamente el fluido se transformó en numerosas lenguas de carne, grandes dientes e infinitos labios, de todos los anchos y tamaños, los cuales se precipitaron a gran velocidad por el lugar, al parecer escapaban de su cabeza sin detenimiento y en grandes ráfagas quejumbrosas; allí, inmóvil, sin control sobre su cuerpo y al borde de ser abandonado por su conciencia, concentró su interés sobre aquellos trozos humanos organizándose sobre él, los que se reagrupaban donde supuestamente el techo de la habitación tenía lugar, incesantes ascendían, imparable e infinitamente llenando todo el sector, entonces se configuró en su mente la vaga idea de un firmamento con sus tantas veces infinitas como bellas estrellas, a pesar de ello, Rubí no recordaba exactamente bien el concepto de estrella, inmediatamente pensó que las bocas flotando sobre “él” correspondían a los cuerpos celestes que habría observado absorto tantas noches durante su niñez ¿Niñez? ¿Él sería acaso niñez? Rubí estaba dispuesto a abandonarse una vez más, entonces por uno de los rincones en esa envolvente y oscura sensación, aparecieron nuevos pedazos de carnes, los cuales tomaron la forma de múltiples letras, y las letras, en palabras, palabras que rozaban un lugar que Rubí percibió como muy cercano a su cuerpo, pero imposible de reconocer como parte de él.

Las bellas palabras volvieron a diluirse sobre el fondo negro, éstas se convirtieron en muñones de carne, Rubí pensó que se trataban de estrellas, las mismas que Neruda contempló “…tantas veces bajo el cielo infinito”, el muchacho se preguntó imperecederamente en una sola unidad de tiempo, sí existía la posibilidad de que su propia voz acariciara las palabras que ahora flotaban dispersas por el aire, pero no transcurrió ni medio segundo de haberse proyectado esta idea en algún rincón de su “mente”, cuando las palabras del poeta se dispersaron violentamente para transformarse en nuevos muñones que se aglutinaron una y otra vez en interminables extensiones de masas y carnes supuestamente humanas.

De pronto todo permaneció en silencio, eso hasta que como lanzas comenzaron a ingresar abruptamente por los “muchos” oídos distribuidos sobre su cabeza. Agotado, Rubí ya no resistió las reiteradas sensaciones en un mismo espacio de tiempo, entre espasmos, abandonó su cuerpo, ascendió por los aires para al fin poder observarse, allí, fuera de sí,  bajo un mar de diferentes bocas con sus respectivas lenguas inhalando y exhalando aire a través ellas, observó su cuerpo suspendido en  medio de la nada, su rostro, sin ojos ni boca, con tan sólo nariz, la cual intentaba respirar afanosamente como si el aire le fuera insuficiente, mientras las múltiples orejas en su cabeza eran atravesadas por distintos músculos, carnes y pieles aglutinados alrededor de él; por otra parte, sus oídos parecían al mismo tiempo sangrar palabras a borbotón, la sensación de ser devorado por millones de alientos que respiraban sobre él, lo hizo pensar en morir una y otra vez.

Suspendido en el aire, reducido a la nada, podía reconocerse intentando abrir ojos y boca inexistentes ¿Podía estar en dos lugares a la vez? ¿Estaba o no? ¿Era o no? y nuevamente las ideas comenzaron a repetirse en un mismo espacio de tiempo, y nuevamente: “Es todo. A lo lejos alguien canta, a los lejos…”

            ––¡Despierta! ¡DESPIERTA, RUBÍ! ¡YA LLEGÓ, YA LO HIZO! ––una mano lo jaló del brazo para levantarlo.
––¿Perla? ¿Hermana? ¡Ayúdame! ¡Ayúdame, por favor te lo pido! ¿No me dejes aquí! ––gimió el pobre muchacho, sin ser capaz de abrir los ojos por temor.

 Exhausto y sin dominio sobre su cuerpo se derrumbó sobre sus rodillas, allí cubrió su rostro con ambas manos y se echó a llorar desgarradoramente, el muchacho temblaba de pies a cabeza con incansable desconsuelo y pavor.
––¡Debes ser fuerte como el cristal, recuérdalo! ––era la pequeña Coral quien lo aleonaba desde las tinieblas. ––Anda se valiente ¡Levántate Rubí!

Rubí abrió los ojos y observó a su alrededor, aún se encontraba en la habitación resplandeciente, pudo reconocer el reloj “Miau-Miau”, el suelo firme, la tibieza del ambiente y una extensa lana roja que cruzaba todo el lugar, no se podía determinar del lugar exacto del cual provenía, pero si hacia donde se dirigía, una enorme puerta blanca en una de las paredes de la habitación se encontraba abierta, tras ella el pasillo oscuro, Coral quien miraba en dirección a ella, rápidamente se volteó, el corazón de Rubí se azotó frenéticamente en su interior, la pequeña niña no tenía ojos ni boca, parecía que alguien se los hubiese arrancado a mordiscos, atónito el muchacho hecho un mar de lágrimas volvió su rostro contra el suelo y comenzó a vomitar.
––¡RUBÍ! SE VA, SE VA LA LANA ¡LEVANTATE! ––gritó Coral, quien tomó con ambas manos el rostro del  disperso muchacho, éste último la miró y se vió reflejado en sus enormes y bellos ojos, al parecer se había tratado de otra jugarreta de su mente.
––Te quedaste dormido, ahora debes ir por el pasillo oscuro. ––la pequeña niña amarró una gran porción de la roja lana alrededor del brazo izquierdo de Rubí, le dió varias vueltas para que ésta no se cortara en el transcurso.
––¿Te dije que el “Colorín” vendría, pero como te dormiste no lo viste, anda ahora corre.

Rubí reunió las fuerzas que le quedaban, se puso de pie y desesperadamente echó a correr por la habitación, con una manga se limpió la boca, en el apuro tropezó con la zapatilla sin cordón, entonces calló de bruces al suelo, cabreado le dió un puñetazo a éste e inmediatamente se puso de pie, ni si quiera pensó en la luz, corrió con los ojos abiertos a través del pasillo oscuro, obviamente no pudo ver nada, de pronto y sin darse cuenta, se vió nuevamente de pie frente al umbral de la vieja casona, lugar donde la puerta se abrió sin problemas frente a su cara.
            ––¿Y tú, qué haces aquí? ––Perla, se encontraba al otro lado del umbral bromeando despreocupadamente a junto a su amigo Am.
––Te dije que lo alcanzaría. ––le dijo ésta a su pálido amigo.

            La voz de su hermana jamás fue tan gratificante, resonó como canto del Chincol en los heridos oídos del muchacho.
––Es  que me…me… me perdí, yo, yo, no, no… no encontraba la salida. ––dijo al fin notoriamente perturbado. Ante aquella afirmación Am, quien en silencio lo escuchaba afirmó sonriente:

“Lo importante es que pudiste encontrar la salida. ¿Era fácil No? Lo mejor de una salida es siempre está allí, y aunque veces no la podamos ver, nunca debemos dejar de buscarla.”

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Daniel Galí
La Araucanía, Chile
Bienvenidos sean todos, soy una joven escritora Chilena de 24 años y he creado este blog con la finalidad de presentar mis trabajos, especialmente mi primera novela publicada en Lulu.com. Titulada como "El estero de la Muerte" Siempre he pensado que todos tenemos la imperiosa necesidad de comunicarnos con otros, hacemos señales, unos dibujan o quizás pintan, otros por su parte escriben lo que piensan, algunos hablan o simplemente dejan de hacerlo, pero en cualquiera de los casos y para que la comunicación sea realmente efectiva, aquello que hemos creado debe ser compartido con los demás, porque el mundo no lo construimos solos, porque el mundo lo construimos con palabras, jamás dejemos de comunicarnos.
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