martes, 30 de noviembre de 2010

CAPÍTULO IV: El estero de la Muerte.


Ambos hermanos se miraron fija y silenciosamente por un buen rato, los huevos revueltos yacían fríos sobre la mesa, al igual que las migajas de pan amasado dispersas torpemente sobre el impecable mantelito bordado de flores blancas.
            ––¡Ya! chicos me voy al muelle, voy a ver si alcanzo alguna Merluza para el almuerzo, dejé la tetera sobre la cocina a leña por si quisieran otro tecito, chaito.

Los chicos vieron desaparecer la raquítica figura de tía Azucena por entre los rosales del jardín, llevaba con ella una bolsa de género para traer la mercadería de la feria fluvial junto al río Calle–Calle en la ciudad de Valdivia. La mañana estaba esplendida, el emperador de los cielos irradiaba luz y calor desde lo alto, en suficientes cantidades como para motivar aquellos que optaban por realizar deportes al aire libre, durante aquel despejado domingo de enero.

Perla fue la primera en romper el silencio ––para variar–– ésta sostenía entre sus manos una taza de café con leche tibia, así que antes de comenzar el diálogo bebió varios y abundantes sorbos seguidos que dejaron una estela blanca sobre su boca, la cual limpió con la manga del polerón sin el más mínimo remordimiento.
––¿Y como dormiste anoche? Porque pudiste dormir ¿Cierto? ––Rubí, quien en silencio y desde hace ya un buen rato, se había estado atragantando con un gran pedazo de pan tostado, se apresuró en digerir para responder la pregunta planteada por la inquieta muchacha.

La noche anterior, luego de haber leído la misteriosa libreta, ambos hermanos no tuvieron oportunidad de seguir hablando sobre el tema, pues los interrumpió un corte de energía que dejó sin electricidad a todo el sector rural de Niebla, aparentemente, un choque en la carretera habría sido el causante del apagón, según la información que los muchachos habrían escuchado unas horas más tardes a través de una “prehistórica maquina” ––como Perla la había llamado–– a la siempre útil radio a pilas de su abuelo.

––Oye, que vergüenza, anoche gritabas como una niñita jajá… y mira como me dejaste el brazo, tengo puros moretones, no puedes ser tan miedoso ¡Mamón! ––Rubí estaba listo para responder, pero la muchacha no dejaba de interrumpir con observaciones.
––¡Ridículo! no te despegaste de mí y cuando llegó la tía con la vela encendida, casi se le inflama todo el pelo por tu culpa ¡Mirenve que tirarle medio rosario encima ajajá… nadie puede ser así! ––Perla acomodó su larga trenza castaña a un costado mientras intentaba aclarar su garganta, luego de varios intentos prosiguió.
––¡MaravilloZOO! Cualquier talento retórico el de mí hermano. ––la pícara muchacha sonaba divertida y a Rubí también le causaba risa recordar el hecho, él sabía perfectamente lo histérico que se tornaba en situaciones como esa, el miedo a la oscuridad era algo que a pesar del transcurso de los años aún no podía controlar.
––Se nota que no pudiste dormir muy bien, shia... las medias ojeritas que tenemos eh… Oye, nada que ver con el temita, pero a todo esto ¿De dónde sacaste la libreta esa? ¿Eh?

Rubí no había tenido tiempo de pensar en aquello durante la mañana, pero ahora que su hermana lo preguntaba, llegaban nuevamente a su mente el recuerdos de la pálida muchacha ––¡Aquella chica!–– Exclamó mirando fijamente la mesa como si pudiera atravesarla con los ojos, Perla echó a reír.
––Ajajá… ¿Qué te pasa? ¡A ya sé! te hacen falta… vitaminas, minas, minas ¡MINAS! ––rió divertida y con ojos pícaros, Rubí la miró con fastidio y se apresuró en aclarar.
––¡No tonta! el otro día conocí una muchacha en la playa, ella me entregó la libreta y… ––Rubí le explicó a su hermana con lujo de detalles los acontecimientos de aquel día, al terminar de relatar la historia, Perla, quien había estado escuchando atentamente sin dejar de saborear las crujientes tostadas con manjar que tanto ruido causaban entre sus dientes, finalmente preguntó.
––¿Quién puede ser…? bueno, yo no conozco a todos por estos lados, soy tan extraña como tú por estos lahares. ––dijo la muchacha mientras le echaba un vistazo a la hora indicada por el reloj cucú de madera colgado sobre la pared del mismo material.
            ––Igual es medio rarito, que quieres que te diga. Yo creo que deberíamos averiguar quién es ella y cómo cresta consiguió la dichosa libreta. ––dijo esto con tono espectral al compás de un movimiento de manos que ella consideraba fantasmagórico. Rubí al otro lado de la mesa escuchaba atento, él igual pensaba buscar a la misteriosa chica.
            ––De todas formas debe ser del sector, pues, de otro modo no habría podido conseguir la dichosa libreta, probablemente tomaba mate con la Mamaflora o que se yo, esas cosas que hacen ustedes. ––agregó Rubí.
––¡Ya! ––de súbito el muchacho se puso de pie junto a la mesa.
––Yo recojo y tú lavas la loza ¿Qué te parece? ––Perla, sabía perfectamente que de nada le serviría discutir, pues ella terminaría lavando los platos sucios de todas formas. Sin perder tiempo, subió lo que más pudo las mangas del polerón mientras se dirigía en dirección al lavaplatos.
            ––Me parece una verdadera injusticia. Al almuerzo te toca a ti, pero, seguramente la tía lavará la loza que te corresponde lavar a tí, entonces, como siempre te vas a salvar por el machismo que impregna nuestra mugrosa suciedad ¡Ya ñoño! ¡Yo lavo! pero tú… además de levantar la mesa, saca la basura please!

            Rubí rió animado, luego se acercó al basurero y mientras cerraba la bolsa de basura dijo en voz alta asegurándose que Perla lo oyera perfectamente.
––¡Ya, apúrate no más mujer! ––Rubí esbozó una maliciosa sonrisa mientras rápidamente salía corriendo en dirección al jardín, eso sin antes cerrar firmemente la puerta tras él, evitando así, que su hermana le acertara con un par de mandarinas. Una vez afuera y a varios metros de la casa, Rubí aún escuchaba los gritos vagamente perceptibles de Perla, él supuso que no eran dulces poemas lo que su hermana recitaba a través de las murallas.

Aún no era el medio día, pero ya era posible percibir una cálida y agradable temperatura en el ambiente. El viento, que ya no era frío, se paseaba coquetamente entre la vegetación del lugar ¡Que agradable resultaba para los sentidos! el constante sonido que generaban las hojas de los árboles al estrechare unas con otras, simulaban una especie de murmullo sereno, una pequeña filarmónica cuyo eco estaba destinado a perderse entre los cerros. En aquel caserío rodeado Eucaliptos, Arrayanes y fresca maleza verde, se elevaban entre la espesa vegetación sureña y la dulce fragancia de la Madre selva; curiosas edificaciones totalmente disímiles las unas de las otras, variadas en formas, tamaños y colores, aunque el común de las construcciones se encontraba revestida por zinc, ya que este material presentaba mayor resistencia frente a la acción corrosiva de las fuertes lluvias y la humedad del intenso invierno, además de ser absolutamente conveniente para los bolsillos de los modestos habitantes del sector.

Rubí observó el paisaje que se erigía frente a él, maravillado, tomó una gran bocanada de aire para sentir así, el fresco olor de la tierra húmeda, al abrir los ojos pudo ver con claridad como las gotas de rocío se evaporaban de entre los árboles y techumbres, mientras las últimas nubes de la mañana se batían en retirada a medida que el rey sol continuaba con su ascenso triunfante sobre las alturas. Con mucho cuidado, Rubí amarró la bolsa de basura en la rama de uno de los tantos Cerezos frente a la casa, por ningún motivo quería que algún perro viniera a romperla, pues, sí odiaba algo en el mundo, era tener que hacer dos veces el mismo trabajo, por ello debía ser cuidadoso, pues todos los vecinos del caserío contaban con perros en las inmediaciones, esto para proteger sus hogares de los extraños y ladrones, quienes para su desgraciada fortuna decidieran ingresar a los terrenos en medio de la noche.

Tiempo atrás había escuchado relatos de boca de sus tías, acerca de lo bravos que se ponían los perros una vez el sol se ocultaba tras los cerros, él recordaba cuando entre sopaipillas cuchareadas y tecito, tía Azucena miraba por la ventana y le decía “Uy… está hecha una boca de lobo allá afuera, no se ve ni la sombra...” dichas esas palabras los perros comenzaban a ladrar ferozmente, para cuando Rubí, un poco menos asustado por el alboroto causado por los ladridos y gruñidos, se armaba de suficiente valor para mirar a través del visillo, generalmente lograba visualizar al gran can líder de la jauría; sin dudas aquel animal era soberbio, el más bravo, un enorme perro negro de grandes colmillos blancos, que entre ladrido y ladrido partía el aire con sus poderosas mandíbulas, mientras que sus diminutos ojos marrones, comenzaban a distinguirse entre la negrura de la espesa noche, al cobrar un color rojizo, casi como el de las brazas vivas de la vieja Salamandra.

––Oye, por si acaso te importa ya lavé la loza ¿Qué haces hermanito? ––una voz familiar lo trajo nuevamente a la realidad, Perla, quien desde hace ya un buen rato se balanceaba junto a él, hacía notar su presencia en el lugar con una enrome sonrisa dibujada en medio del rostro.
––¿Miraba la casa esa? Es enorme ¿No? ––inventó Rubí con lo primero que se le vino a la mente, pues no pensaba compartir sus verdaderos pensamientos con su hermana menor, así que el muchacho, que no había hecho reparos en la edificación oculta entre la vegetación, de paso se tomó el  tiempo necesario para contemplarla.

 La casona era sin dudas antiquísima, junto con la de su abuela y la ubicada sobre la colina antes del pequeño y sucio estero de la entrada, constituían las tres construcciones de mayor envergadura del caserío. La verdad es que Rubí no entendía como pudo pasar por alto una edificación de semejante tamaño, pues al compararla con las demás viviendas del lugar, éstas parecían diminutas cajitas de fósforo que en el cualquier minuto el viento de un sólo soplido haría llegar hasta el mar.

A diferencia de las otras dos casas, claramente ésta no había sido restaurada a través del tiempo, en ésta aún era posible percibir, incluso respirar, el lento transcurrir de los años; grandes tejones coloniales de mohoso y oscuro color se empinaban sobre la techumbre de la cual emergían diversos cañones con sus respectivos sombreros, Rubí imaginó que seguramente en el interior de la casona habrían cocinas a leña y uno que otro serpentín para calefaccionar el agua, además, a un costado de la edificación se observaba la existencia de una chimenea de exiguos ladrillos. 

La sombría casona poseía múltiples ventanales en cada uno de sus tres pisos, estos le daban al muchacho la impresión de estar siendo observado desde el otro lado, por lo demás, la propiedad no poseía delimitación alguna, se fundía entre la espesura del pastizal, helechos y malezas del agreste lugar, los árboles del jardín habían crecido a sus anchas sin que nadie jamás los podase, la naturaleza parecía haber seguido su curso y mezclas entre las semillas habían dado origen curiosas especies de árboles frutales, como lo eran algunos manzanos peras, una mezcla bastante exótica a gusto de Rubí, quien era reacio a probar cosas nuevas, sobre todo cuando de alimentos se trataba. 
––Por lo que me contaba la abuela cuando aún vivía, esa casa es súper vieja, decía que desde que compró el terreno, parecía que se iba a venir abajo. ––Rubí escuchaba atento, eso sin dejar de observar los ventanales de podridas enmarcaduras, a la espera que en cualquier minuto saliera algún hombre con cuchillo en mano, Rubí se encontraba preparado para salir corriendo con su afligido corazón latiendo en una de sus manos.
––¿Oye y el dueño no la puede demoler o ya se murió? ––Perla advirtió tintes de aprensión y ansiedad en la mirada de su hermano, así que inmediatamente agregó. 
––Resulta que el actual propietario aún está vivo y para tu información vive en la casota del terror que tienes en frente tuyo, y para tú mayor información ¡AH! ––pero la muchacha no pudo terminar la explicación, pues amarrado de un Cerezo entre el espeso pastizal, el fuerte ladrido de un rabioso perro negro interrumpió la conversación de estos dos hermanos, quienes ante desesperación no atinaron más que gritar al unísono y aferrarse al brazo del otro.
––¡Perro conchesu… ya, cállate “Negro”! ¡Perro mañoso! Te juro que no lo ví venir. ––gritó Perla, pero al perro no le parecía importar los retos de la muchacha y continuó lanzando ladridos al aire entre la espesa baba que emanaba de su hocico. Cuando Ambos hermanos notaron lo abrazados que estaban, sin pensarlo rieron a carcajadas haciendo gestos y muecas.

            Rubí comenzó un sermón acerca de la tenencia responsable de perros peligrosos, mientras ambos hermanos se alejaban del lugar en dirección a un Parrón que reposaba sobre una rustica banca de madera y un lavadero. Para Perla, discutir sobre el asunto con su hermano le parecía absolutamente inútil, al parecer, él nunca podría comprender lo importante que resultaba para los habitantes de sectores rurales, el poseer perros bravos para proteger sus hogares, y eso de “tenencia responsable” no le importaba mucho a los lugareños, mientras los canes reconocieran a sus dueños, protegieran sus hogares por la noche y, no mataran a las gallinas y conejos destinadas al autoconsumo, todo lo demás era perdonable.
––Resulta que tú y yo somos de ciudad, no sabemos como es de dura la vida por acá, pero yo, yo…al menos intento imaginármelo, debe ser difícil vivir sin agua potable, bueno algunos han contratado servicios de la distribuidora rural, pero casi todas las casas aún extraen agua de pozo, incluso de vertiente, esa que cae del cerro de allá. ––Perla hizo un gesto con la cara para señalar el cerro tras la casa de su tía, la muchacha miró a su hermano, quien acababa de abrir la llave junto al lavadero para limpiarse las manos, que hace un rato atrás, se había ensuciado con jugos rancios mientras amarraba al árbol la bolsa repleta de basura.
––Incluso esa agua con la que ahora lavas tus lindas manitas, proviene de la vertiente que está justo detrás de la casa de la tía Azucena, puedes ver que ésta no es de los trigos muy limpios, además, si te fijas bien, la Cancagua del cerro donde se edificó la casa se encuentra siempre húmeda, tú sabes, el abuelo nunca quiso hacer un muro de contención…en fin, aunque nosotros tenemos agua potable y luz eléctrica de la compañía distribuidora ah... te doy por seguro que la gran mayoría de las personas en el caserío utiliza sólo agua de pozo y están colgados a algún tendido eléctrico, así funcionan las cosiacas por estos lados del mundo.

Rubí, quien había escuchado atentamente, sólo movía la cabeza afirmativamente, él al igual que su hermana, había recorrido esos lugares desde pequeño y aunque estuvo distanciado de la casa de su abuela a causa de su destierro autoimpuesto, aún recordaba como funcionaban las cosas en El estero de la Muerte. En efecto, aún era posible, si se buscaba bajo la maleza y nidos de gallinas que revoloteaban libres por ahí, tubos de Pvc unidos con rústicas y caseras terminaciones, incluso algunas unidas con trapos viejos y alambre de conejo, como lo llamaba su mamá, quien era la encargada de reparar todos los desperfectos de la casa, desde enchufes de lámparas destruidas por algún juego de pelota al interior del living, hasta la construcción de la casa para el perro, sin duda alguna, ella era la “maestra chasquillas” del hogar.

A lo lejos aún se escuchaba el violento y rabioso ladrido del “Negro”, pero Rubí ahora se encontraba demasiado ocupado como para prestarle atención, en el fondo del antiguo lavadero de cemento y cubierto por una delgada capa de moho, se encontraba tallada una inscripción que parecía ser de vieja data, tentado por la curiosidad, el joven buscó en el suelo una hoja para remover parte del moho, cuando finalmente terminó de limpiar ––Eso sin poder contener muecas de repulsión–– se apresuró en leer el dichoso escrito:
“…déjame en paz,
que este cuerpo,
aunque ahora me sobra, no está demás.

Escucha el sonido de la flauta aquella,
reúnete con las demás,
vete rauda, y
déjame descansar.
Ya vete,
así deja de crepitar,
la vetusta madera que en polvo ha de terminar.
Roídas por aquellas, que como tú,
gozan el devorar
todo aquello que vida,
alguna vez hubo de guardar…”

Rubí había comenzado a articular los músculos de su boca para comentarle a su hermana acerca del descubrimiento, pero Perla, quien había permanecido sentada en la banca de Coigüe junto al lavadero, ahora se encontraba de pie y saludando entusiastamente mientras comía unas cerezas que había arrancado al pasar cerca de uno de los árboles del sendero. Cuando Rubí dirigió su vista en dirección a éste, se encontró con la figura de una pálida joven de largos y sedosos cabellos negros, sus grandes ojos del mismo color, se cerraron amablemente para devolver el saludo a su hermana, quien aún agitaba una de sus manos, mientras que con la otra sostenía las pepas de las cerezas que iban saliendo eyectadas de su boca.
––Yo, yo, yo la conozco. ––dijo al fin Rubí, quien con la vista siguió a la bella muchacha hasta perderse entre la espesura de la maleza en dirección a la luenga casona.
––¿A sí? ¿La conoces, dices? ––preguntó alarmada.
––¿Hablaste con… ella? ––Agregó.
––Sí, me la encontré en la playa el otro día y hablé con ella. ––dijo Rubí sin entender la preocupación en la voz de su hermana ––¿Por qué? ––agregó él.
––Porque tú dijiste “hablé con ella…” olvídalo mejor.
––A que te refieres ¡Cuéntame! que tiene de malo esa chica. ––suplicó Rubí a su hermana.
––Nada, nada ¡Tranquilo pequeño pony! ––dijo Perla. ––su voz ¿No te pareció extraña? ––preguntó la chica con incredulidad.
––La vedad no ¿Por qué lo dices? ––pregunto cada vez más intrigado.
––Por nada ¡Leseras mías! ––pero Perla no pudo sostener la mirada suspicaz de su hermano, así que luego de pensar un rato respondió.
––Yo también la conozco, ella es la dueña de la casota esa y de toda esta propiedad, en realidad su familia es la propietaria de todos estos terrenos donde se ha construido el caserío. ––de pronto los ojos de la pícara muchacha se encendieron.
––¿Sabes? Soy muy amiga de Am, porque así se llama, ¿Y por qué pones esa cara? ¡Ah! apuesto que no sabías su nombre.

Perla había comenzado a hundir el dedo índice en el rostro de Rubí mientras entonaba afinada y melosamente una arrastrada cancioncita “…Rubí se enamoró, uyuyuí… Rubí se enamoró, uyu…”
––Perla, ó sea, ella es la que me entregó la libreta de la abuela. ––dijo Rubí sin prestar atención a las burlas de quien en otro momento, habría detenido con un sólo pellizco.
––¡Ups…! ––fue el único comentario que se escuchó de la pequeña bufona.

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Daniel Galí
La Araucanía, Chile
Bienvenidos sean todos, soy una joven escritora Chilena de 24 años y he creado este blog con la finalidad de presentar mis trabajos, especialmente mi primera novela publicada en Lulu.com. Titulada como "El estero de la Muerte" Siempre he pensado que todos tenemos la imperiosa necesidad de comunicarnos con otros, hacemos señales, unos dibujan o quizás pintan, otros por su parte escriben lo que piensan, algunos hablan o simplemente dejan de hacerlo, pero en cualquiera de los casos y para que la comunicación sea realmente efectiva, aquello que hemos creado debe ser compartido con los demás, porque el mundo no lo construimos solos, porque el mundo lo construimos con palabras, jamás dejemos de comunicarnos.
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