martes, 30 de noviembre de 2010

CAPÍTULO VI: Gato por liebre.


Durante toda la semana, infructuosos fueron los intentos de Rubí por zafarse de aquella engorrosa situación, pues a pesar de todos sus esfuerzos, allí se encontraba él, sentado junto a una rústico bracero acompañado de un cálido mate que abrigaba entre sus gélidas manos, el único consuelo entonces resultó ser el exquisito aroma de la menta fresca recién cortada del huerto de doña Bauda, quien finalmente hallaba al receptor ideal para sus perturbados relatos que desde hace años narraba en el patio vecinal sin que nadie le hiciera caso o le mostrara el más mínimo interés. Su tía Azucena bien le habría advertido esa mañana antes de salir en dirección a la “Costumbrista”.
––¡Uy! allá está la Bauda otra vez predicando sus cuentos, ¡Ay Dios la fiura pá grande! Si sales, no se te ocurra ni mirarla porque si te ve la cara de pollo ¡Te come vivito mi hijito!  

Dicho y hecho, apenas Rubí intentó salir en dirección al camino vecinal, se encontró a boca de jarro con la desaliñada mujer, a la cual inevitablemente miró directamente a los ojos sin si quiera pensar que al hacerlo se sentiría fuertemente inundado por una ola de humanidad, aunque Rubí no se caracterizara por ser la persona más empática habitando entre esos cerros, pensó que quizás un gesto altruista aumentaría sus créditos en el ítem de “Relación e interacción social”, ayudándolo de esa manera a perfeccionar sus herramientas sociales que tan fuera de forma estaban.

Así fue como después de intensas tratativas con doña Bauda y de múltiples “pasa chiquillo por Dios, si no soy «ná wekufe» como palabrean las malas lenguas…” o “si yo no muerdo, ladro no más…” el muchacho finalmente accedió a entrar en la maltrecha vivienda de madera y zinc, a pesar de las advertencias de su tía, y por supuesto, de sus propios prejuicios acerca de las personas “diferentes” como su hermana mayor Alejandrita solía corregirle, cada vez que él se refería a éstas llamándolas “rayadas”, eso sin si quiera arrugarse.
––¿Oiga hijito y a usted que le pasó que su hermana no lo sacó a pasear hoy? es brava la Perlita, pero es una chiquilla muy buena, ella siempre viene por estos lados a tomarse unos mates con malicia. ––rió la mujer enseñando los pocos dientes que le quedaban de pie en sus rosadas encías, aunque ante la expresión del muchacho la mujer intentó guardar la compostura e inmediatamente agregó.
––No hijito lindo, si su hermana es muy chica para esas cosas ¡La Bauda  y sus salidas!  ––volvió a reír  intensamente, aunque esta vez  tuvo la delicadeza de cubrirse la boca para no escupir sobre el mate que Rubí escrupulosamente había cubierto con ambas manos unos segundos atrás.

Pero las palabras de aquella desconocida hicieron que Rubí recordara lo desplazado que se había sentido esa última semana. Al parecer Perla lo habría cambiado por nuevas amigas con las cuales salían a todas partes, obviamente la muchacha hacía extensa las invitaciones a su hermano, pero éste las rechazaba indeclinablemente, Rubí era demasiado tímido en presencia de otras personas sobre todo si se trataba de mujeres, además entre las nuevas amigas de Perla se encontraba Am, la dueña de la casona de huéspedes y al parecer del caserío completo.
––Yo a la niña la he visto que entra y sale de la casona esa. ––dijo algo preocupada la mujer.
––Y la Marielita también se fue pá allá, mírenve la mentira pá grande ¿No cree usted hijito? ––continúo hablando la mujer sin que Rubí le prestara atención, quien al parecer ya habría puesto el piloto automático para divagar tranquilamente entre sus pensamientos.
––Ah sí, mire usted. ––respondió éste como acto reflejó.
––¡Sí! Se peleó con la Gioconda, si mi hermanita sigue así se va quedar con los puros muertitos y pronto va tener que irse a vivir con el wekufe ese, al final van a terminar viviendo todos juntitos en la casona de los callaos. ––dijo la mujer con la mirada extraviada mientras jugaba con un dedo que incansablemente movía sobre sus labios.
––En una de esas yo igual termine allá. ––dijo la desarreglada mujer mirando a un viejo gato colorín que silenciosamente se acercó al bracero en busca de calor.  ––¡Cierto “Colorín”! ––añadió al ver al felino.

Pero Rubí ni cuenta se dió de lo sucedido, pues se encontraba demasiado ocupado pensando en las nuevas amistades de su hermana ¿Quiénes serían? ¿Cuál era su procedencia? ¿Se encontrarían estudiando? ¿Qué edades tendrían? la verdad es que no había podido extraer mucha información durante aquellos días, pues infructuosas habrían resultado sus acuciosas observaciones oculto tras la ventana o las vagas explicaciones que la misma Perla le habría dado, bien sabia él que algo le ocultaba ella, ya que éstas no le resultaban suficientemente claras como para armar un puzzle de mayor  precisión en su cabeza, necesitaba información mucho más precisa si quería tener una idea del perfil de aquellas muchachas, después de todo, se trataba de su hermana menor y por su seguridad debía saber con quienes se relacionaba, aunque esto significara espiarla. De pronto súbitamente Rubí preguntó.
––¿Qué sabe usted de Am? ¿Conoce a esta persona, si… no? ––dijo examinando a la mujer, quien  inmediatamente se acomodó el sucio delantal de cocina amarrado a su cintura.
––No conozco ná yo. ––respondió la mujer poniéndose de pie.
––¿Quiere unos huevitos hijito mío? ––Rubí no había alcanzó a responder cuando doña Bauda ya se había puesto de rodillas junto al bracero, lugar donde instaló una vieja paila cubierta de lo que parecía ser ––muy pesar de Rubí–– una gruesa capa de plomiza grasa añeja, quien al verla no pudo evitar  hacer una mueca en señal de repulsión al imaginar lo que le esperaba a su delicado paladar, pues él bien sabía que no podría rechazar lo que le dieran de comer, muy por el contrario, Rubí tendría que comer  todo lo que le diesen a probar.

En el sur era muy mal visto rechazar la comida o dejar de ofrecerla cuando alguien se encontraba de visita en una casa, el hacerlo era considerado una señal de mala educación y por supuesto que Rubí no quería causar una mala impresión, ni mucho menos hacer sentir menospreciada a la afectuosa mujer, así que intentó simular su disgusto por las antihigiénicas condiciones culinarias de doña Bauda, aunque no podía dejar de reparar en las asquerosas uñas de la mujer.
––Estos son huevitos de campo. ––dijo la mujer quien inmediatamente añadió.
––¡Ná que ver con los del pueblo! ––sentenció introduciendo sus mugrosas uñas al interior de uno de los desafortunados huevos. A Rubí sintió que se le daba vuelta el estomago.

Intentando mantener su mente ocupada en otra cosa que no fueran las posibles bacterias y gérmenes que pudieran habitar entre las uñas de la mujer, Rubí decidió a mirar a través de las ventana cubierta de Nylon, desde allí pudo ver la casona de huéspedes, pensó entonces en aquella misteriosa y porque no decirlo, hermosa muchacha, que tan recurrentemente visitaba sus pensamientos. Rubí se sintió ruborizado y algo tonto de sólo pensarlo.
––¡Ya joven, sírvase no más! ––le dijo la mujer que demoró menos de un minuto en la preparación del sencillo plato. Rubí echó un vistazo para descubrir tristemente que aún se encontraba cruda aquella parte del vitelo germinativo que con pesar digeriría en unos instantes más. Pronto el muchacho se vió revisando el antiguo y niquelado reloj de bolsillo de su abuelo.

Bauda había acercado una mesita del mismo tamaño de las bancas de madera sobre las cuales ellos se encontraban sentados, éstas, como la gran mayoría de los muebles, se hallaban evidentemente roídas por el corrosivo paso de los años, en todo caso, la mujer había tenido la gentileza de poner un paño de lanilla roja sobre la mesita, esto, para cubrir los rastros de comida añeja pegada a ella.

Una extraña fijación tenía doña Bauda por el color rojo, Rubí se percató que al interior de la vivienda ––la cual poseía sólo una habitación–– las plantas sobre las múltiples repisas tenían todas atadas en algunas de sus hojas, una pequeña lana roja, así también las cruces de palco colgadas en las cuatro paredes de la habitación, incluso el gato colorín tenía un pedazo de tela roja adosada al cuello, y aunque Rubí no encontró pertinente preguntar, pues no era asunto suyo, la mujer pareció advertir curiosidad en la mirada del muchacho, así que sin pensarlo habló.
––Eso es “contra” ––Bauda guardó silencio para darle suspenso a su relato, después añadió ––Sirve para protegerse de los maleficios que te tiren encima los Kalkús.
Los ojos de Rubí quedaron casi tan blancos como los huevos que ahora yacían fritos sobre la paila. Se podría decir que los temas de índole espectral o chamánico no se encontraban en su lista de favoritos, como su pensamiento se basaba en una estructura más bien conservadora y racional, el “más allá” era un lugar demasiado alejado e intangible  como para abordarlo, aunque no podía negar su inevitable poder atractivo.

Rubí no pudo evitar recordar todos los comentarios y habladurías que las mujeres del caserío hacían referente a doña Bauda, los relatos de éstas bordeaban la línea de lo absurdo e inimaginable, en ellos se narraban situaciones tales como un supuesto pacto con el cola de flecha, al cual habría invocado gritando al viento su nombre tres veces en un cruce de caminos, o que había confeccionado un chaleco hecho de piel humana que le servía para volar de noche en compañía de otras brujas, también se decía que se reunía sobre el Calehuche con el resto del aquelarre para celebrar escandalosas orgías; que realizaba “trabajos” a pedido, es decir, que arrojaba maleficios a cambio de dinero, que marcaba círculos en la molleras de los niños, rezaba el “Padre nuestro” invertido y entre otras actividades relacionadas con el arte brujeril; pero sin dudas, el peor de los relatos era aquel en el cual se le vinculaba con el asesinato de su esposo e hija, decían los más radicales, que Bauda los habría matado por encargo del diablo para ofrecer un banquete a los miembros de la secta, a cambio, ella recibiría el poder suficiente para vengarse de su familia por todo el daño le habrían causado desde pequeña, decían que por ser “huacha”.
            ––La gente siempre habla por hablar y no sedan cuenta del mal en sus palabras, ni del poder que tienen éstas cuando salen de su boca… ¿Me entiende hijito? Es como veneno con pus negra. ––sentenció la mujer que cortaba unas rodajas de pan amasado sobre un plato de greda, mientras Rubí buscaba disimuladamente con sus ojos la puerta junto a él, una de las tantas manías que tenía, según el mismo Rubí, sólo por precaución en caso de que hubiese algún tipo de accidente o amago de incendio.
            ––Ya ve usted hijito, por nombrarle algún ejemplo ahí tiene usted a mi hermana Gioconda, ella ha tenido que pagar durante toda su vida con lágrimas y soledad por culpa de sus palabras, por eso yo siempre he dicho que la ignorancia es una cruz que a muchas personas mancas con su lengua les toca cargar. Si usted la mira, ahora sí que está sola, porque la Marielita se fue de la casa por culpa de sus habladurías, bueno la Gioconda aún vive con el viejo, pero ese viejo no quiere ni a su sombra ¡Que de seguro ni sombra tiene ese! ––continuó la mujer con su ––hasta ese entonces–– monólogo.
            ––La Marielita se fue a la casona esa… y todo porque la Gioconda tenía que abrir el tarro para puro tirar basura, si yo tuviera una hija así… yo la cuidaría más que a las rosas de mí jardín y dejaría que el sol la besara cada mañana de abril. Al terminar de hablar su mirada se hizo opaca, Rubí pensó que vería llover sobre sus ojos, le pareció tan sincero su discurso que el muchacho no reparó en el gato Colorín, el cual se había subido a la mesita para darse un festín de pan.
            ––¡Coma hijito! ¿No ve que le gato le va a ganar? ––agregó la mujer  finalmente.
            ––Dígame doña Bauda ¿Pertenece a este sector su hermana Gioconda? Y perdone mi indiscreción, pero por lo que entiendo, Mariela es su sobrina ¿Ella es hija de doña Gioconda? ––preguntó Rubí haciendo uso todas sus habilidades de entrevistador, pues bien sabía que el dominio de un extenso vocabulario y locuacidad le permitirían tener una comunicación efectiva, lo cual incrementarían sus créditos en el ítem de “Relación e interacción social”, aunque sus esfuerzos debían concentrarse en conseguir algunas unidades para lo que él denominaba “Coloquialidad del lenguaje”.

            ––No hijito, su mami era la “Tinita”, Ernestina de María Santos Rivera era su gracia, como se dice. Ella murió de tristeza, el viejo ese fue el que la mató de pena, ese que no quiere ni a su sombra ¡Que ni sombra ha de tener ese! ––luego agregó reiterando una vez más.
––La “Gioco” es la sapa que vive pegá en la ventana de la casa azul que está a la entrada del estero de la Muerte.
            ––¡Ya hijito, sírvase el huevito! mire que las moscas no le van a pedir permiso para comérselo si se lo sigue ofreciendo ¿O acaso no le gustó como me quedó? ––dijo la mujer mirando fijamente la muchacho mientras acomodaba una de sus largas trenzas grises sobre su hombro.
            ––¡No doña Bauda si está sabroso, mmm…––se apresuró en decir el complicado muchacho, quien para tragar el pedazo de pan con huevo tuvo que beber varios sorbos de mate, eso sí, sin dejar de mirar a través de la ventana con la esperanza de escuchar a alguien tocar a la puerta, siendo de esta forma rescatado de aquel intento de homicidio por intoxicación. Pero más allá de sus anhelos lo único que encontró allí afuera fue la misma casona de huéspedes y un soberbio caballo negro pastando en el frontis.
––¡Ya! Mientras usted come yo voy a aprovechar a despellejar unos conejitos que tengo por aquí ¿Dónde diablos lo metí? A ver, a ver ¿Dónde los habré guardado? ¡Ah, ya sé dónde los dejé! ––gritó alegre la mujer.
––¿¡QUÉ…!? ¿Perdón como dijo? ––preguntó Rubí intentando mantener la compostura y la vida, pues un pedazo de pan se le había atorado en pleno viaje al centro del estómago.

Pero Rubí no tuvo oportunidad para insistir, pues Doña Bauda ya se había instalado con un lote de conejos pardos muy cerca de la puerta, lugar donde colgó de un clavo a uno de los desafortunados animalitos, acto seguido, la mujer realizó un corte con su cuchillo, el mismo con el cual minutos antes habría estado hurgado entre sus dientes, debajo de la cabeza del flácido animalillo, después de dicha faena tranquilamente guardó su cuchillo en el delantal, después tomó la piel del conejo desde el corte y tiró fuertemente en dirección al piso de tierra, en cuestión de segundos el animalito quedó desprovisto del pelaje que lo abrigó durante las épocas más crudas de su existencia.

Rubí se sintió invadido por la imperiosa necesidad de saber lo que ocurría afuera, así que más tieso que tabla de planchar giró bruscamente su cabeza en dirección a la ventana, desde allí admiró en absoluto silencio los suaves tintes dorados sobre las nubes, el indomable verde de los pastos y al soberbio corcel negro que afanosamente se alimentaba de ellos, sin dudas, todo era perfecto allá fuera. Mientras tanto doña Bauda seguía con lo suyo.
––¡Uy! Salieron completitos los pellejos, después estos los junto todos y hago cubrecamas que voy a vender a la costumbrista, con estos otros restitos hago patitas de conejos pá la suerte. ––dijo la mujer guiñándole un ojo.
––Y la carnecita se la vendo a la Clemencia para que las prepare al disco y los ofrezca en el puesto, esta carne es sanita, limpiecita y sin grasa, es mejor que la de esos pollos llenos de hormonas, esteroides o no se que diantres le ponen ¡La mentira pá grande no! ––añadió enfáticamente.
Rubí por su lado pensó haber conseguido un estado superior de la conciencia, abstraído por la belleza del paisaje, ya no le preocupaban en absoluto los posibles charcos de sangre, los tiernos conejitos desollados, y  por cierto, las asquerosas uñas de doña Bauda; pero tan pronto sintió un roce junto a  su pierna volvió a la realidad, el muchacho echó un vistazo al suelo para asegurarse de que ningún conejo estuviera corriendo sin sus pellejos por ahí, y a pesar de sus miedos, la tranquilidad retornó a él más pronto de lo que esperaba. Doña Bauda había realizado un magnífico trabajo al desollar los conejos, pues no había ni un rastro de sangre o algo por el estilo sobre el rústico suelo.
––Ahora tengo que echarles un poquito de sal y estirarlos en un bastidor para que se curtan al sol. ––concluyó la mujer satisfecha por la tarea realizada.
––¿Sabe hijito? nosotros somos hartazos hermanos, veinte resultamos ser, bueno nacimos veinte pero ahora algunos son muertos ¡Me naiga como pasa el tiempo! Permítame contarle una historia de mi infancia hijito lindo.

La mirada de doña Bauda de pronto pareció extraviarse entre sus pensamientos, después de unos minutos en silencio, ella peinó una de sus trenzas, la acomodó sobre su pecho, aclaró la garganta y finalmente dijo:

“Éramos nosotros veinte hermanos, pero de todos, sólo uno era hijo de otra mujer que no fuera la madre de todos los demás, y esa era yo. Bauda de Quehuí Santos Malagüero me nombraron, en honor a dos cosas puedo decir; la primera de ellas, porque al igual que el pájaro zancudo, estoy destinada a ser portadora de malas noticias, y segundo, por mi lugar de origen, la pequeña isla de Quehuí.

Mi paire fue el mismo que el de mis hermanos, don Faustino Santos Costas, que en ese entonces ya era paire de doce de sus hijos. Fui a ser yo la número trece. ¿No adivina usted el día en que nací? Le digo yo que era un domingo veintidós de mayo del año 1960, el día del terremoto más grande del mundo ¡Diantre la suerte pá grande! ese día murió mi maire en Quehuí…

Doña Bauda se acercó al bracero y utilizó como atizador el mismo cuchillo con el cual minutos antes, había desollado a los inertes conejos que ahora yacían sobre un tambor de plástico totalmente despellejados y con sus lenguas afuera de sus bocas. Rubí no hizo más que observarla en silencio, eso sí, echando de vez en cuando un vistazo al paisaje exterior, aún visible a través de la ventana ¡Mierda que fabuloso caballo! Pensaba Rubí, quien creía haber establecido algún tipo de conexión con el equino, ya que éste parecía comprender su pesar, pues sin lugar a dudas, el estupendo espécimen sabría perfectamente lo que significaba escuchar a otro sin poderle decir lo que uno piensa al respecto.

…después de eso, a los diez años el don Faustino jué a buscarme a la isla pá traerme con el resto de los suyos, pero a doña  María Trinidad no le gusto naita la idea, aunque nada sacaba con chorearse porque donde manda capitán… ––la mujer guardó silencio esperando que Rubí completara la oración.
––¿No manda marinero…? ––se apresuró el muchacho en responder.

…aquí aprendí todo lo que sé de Dios y la vida. ––continuó hablando la mujer–– y de los conejos ¡Sí pues! Resulta que yo aprendí mirando a doña María cuando les enseñaba a la Gioconda y a la María niña, por ser las más grandes del lote. Lo que más les decía a las cabras era: «No les vayan a pasar gato por liebre como me paso a mí… tienen que pedir el conejo con la cabeza, no se vale si les quieren vender el puro cuerpo peláo.»

En esos tiempos hijito mío, la gente andaba desesperada buscando platita ¡Bueno ahora también! ––rió fuertemente la mujer–– entonces, agarraban a los gatitos, le sacaban el pellejo y los vendían sin cabeza ¡La mentira pá grande no, que lesera!  Y como la piel del gatito es blanquita como la de los pollos de pueblo y la de los conejos, no había quien gritara.”

Pero lo narración acabó de sobresalto con un inesperado, fuerte e insistente golpeteo en la puerta de madera, el cual casi termina por dejarla en el suelo.
––¡Ave María no! ––se manifestó doña Bauda mientras se ponía de pie, pero cuando ésta se preparaba para empujar la puerta ––pues no tenía picaporte–– la estructura se abrió de un único topetazo.

Cual sería la sorpresa de Rubí y doña Bauda cuando lo primero que vieron entrar en la habitación fue la enorme cabeza de una monstruosa bestia negra. Era nada más ni menos que el majestuoso corcel al cual Rubí había admirado tantas veces esa tarde, sobre el equino un hombre mayor al cual le faltaban ambas piernas.
––¡Por Dios que me naiga la paciencia este fiura del demonio! ––explotó doña Bauda quien en vano empujaba a la bestia con sus delgados brazos.
––¡Por la chupalla Andresito Santos Rivera! ¿Cómo te fuiste a subir a ese animal del diantre? ––el mutilado hombre llevaba el nombre del santo patrono de la ciudad de Valdivia.

El hálito alcohólico del hombre inundó rápidamente la habitación, doña Bauda no hacía más que agitar ferozmente una de sus manos frente su cara para que le circulara un poco de aire fresco, Rubí no le vió el caso, pues en la habitación era casi imposible percibir otro tipo de aroma que no fuera el olor a conejo desollado, caballo o chicha de manzana.
––¡Pero hermanita como tratas así a tu “medio hermano”! ––dijo el hombre riéndose de sí mismo, éste llevaba puesta una ochentena chaqueta de cuero negro muy gastado por el uso y una chupalla de paja  que no le  cubrían del todo la cabeza.
––¡Nada de hermanita ni “ocho cuartos”! ¿Cuándo va a ser el día que dejes de hacer leseras? Siempre desafiando a la “Pelá”, dime ¿No te bastó que se llevará tus piernas cuando chico? Ya tienes cincuenta y siete años pues hombre, además vienes con esa fiura, yo no lo quiero en esta casa ¡Ya ándate wekufe! ––dijo tajantemente doña Bauda y sin más preámbulos tomó a su hermano fuertemente entre sus brazos, tal como lo haría con un bebé, luego lo dejó sobre la cama donde ágilmente lo arropó.

 Rubí, quien había caído al suelo cuando el soberbio espécimen entró al interior del estrecho cuarto, aún no se recuperaba de la impresión y no hacia más que admirar la imponente musculatura y el pelaje adosado a ésta. Una vez que recorrió con la mirada al estupendo animal, lo miró directamente a los ojos ¿Acaso le habría leído el pensamiento aquel animal? ¿Sería posible que aquel caballo lo haya venido a rescatar? Rubí se sintió estúpido de sólo pensar en ello, aunque a esas altura del partido poco le importaba  cuestionar su lógica, pues en lo único que pensaba era en la estupenda posibilidad que acababa de presentarse para librarse de aquella situación, así que sin pensarlo dos veces se levantó rápidamente y mientras aún sacudía sus pantalones dijo ––No se preocupe del caballo doña Bauda, usted encárguese de su hermano nada más, que yo mismo lo entrego a su dueño.
––A propósito ¿De quién es? ––Rubí comenzó a sobarse la frente con la mano, al darse cuenta de lo rápido que se involucraba en aquellas enredadas situaciones, pero pensó que cualquier cosa sería mejor que estar allí. 
––Ese fiura es de la casa de huéspedes. ––sentenció la mujer.
––Esa gente de ahí no me gusta mucho, no dejen que lo engañen hijito, no dejen que le pasen gato por liebre.

Rubí ni siquiera había tomado al caballo cuando éste comenzó a retroceder, el muchacho se sintió aliviado de no tener que luchar contra el animal, pues a esas alturas del día, pocas ganas le quedaban de luchar y las posibilidades de que el equino ganara en una afrenta eran de cien contra una.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Descarga de libro

Support independent publishing: Buy this e-book on Lulu.

About Me

Mi foto
Daniel Galí
La Araucanía, Chile
Bienvenidos sean todos, soy una joven escritora Chilena de 24 años y he creado este blog con la finalidad de presentar mis trabajos, especialmente mi primera novela publicada en Lulu.com. Titulada como "El estero de la Muerte" Siempre he pensado que todos tenemos la imperiosa necesidad de comunicarnos con otros, hacemos señales, unos dibujan o quizás pintan, otros por su parte escriben lo que piensan, algunos hablan o simplemente dejan de hacerlo, pero en cualquiera de los casos y para que la comunicación sea realmente efectiva, aquello que hemos creado debe ser compartido con los demás, porque el mundo no lo construimos solos, porque el mundo lo construimos con palabras, jamás dejemos de comunicarnos.
Ver todo mi perfil

Seguidores

Vistas de página en total

Con la tecnología de Blogger.